Shame @ Sala Nazca (19-03-2023)


No hicieron falta más de unos segundos para saber que Shame venían dispuestos a arrasar Madrid anoche. Para ello, ni siquiera tuvieron que comenzar el concierto con uno de sus temas más cañeros. Empezaron a sonar los acordes de ‘Alibis’, Charlie Steen nos miró de esa forma, entre juguetona y desafiante que mantuvo todo el concierto, arengó un poco a las masas y comenzó la explosión. A partir de ahí la sala Nazca fue una olla a presión siempre a punto de explotar. Una masa de gente apretujada, moviéndose en un pogo constante, haciendo temblar el suelo, sudando (sudando mucho) y celebrando cada tema y cada vez que Steen volaba, caminaba sobre nuestras cabezas o se colgaba del techo para cantar bocabajo. Y todo ello, que puede sonar impostado, lo hacía transmitiendo una sensación de naturalidad, de diversión y de visceralidad que realmente es lo que está al alcance de pocas bandas.
Shame te pueden gustar más o menos y puedes pensar que su sonido se ha ido domesticando en la corta trayectoria, de tan solo tres discos, que llevan a sus espaldas, pero cuando ves semejante derroche de energía sobre el escenario es imposible no rendirte a lo evidente. Durante la hora y media, sin descanso ni bises, que estuvieron en escena fueron una auténtica apisonadora punkrockera, con su bajista Josh Finerty intentando correr por el minúsculo escenario y abriéndose el labio con a saber qué movimiento, y con unas guitarras que igual disparaban riffs cortantes que montaban un murazo de sonido por momentos más propio del post-rock mientras se marcaban unos certeros coros. Todo ello con un sonido abrumador y con el punto exacto de suciedad que demandaba semejante puesta en escena.
Centraron su repertorio en “Food for Worms”, reciente nuevo disco que venían a presentar y entre el que fueron insertando temas de sus anteriores trabajos, como ‘Water in the Well’, ‘Snow Day’ o ‘Friction’, convirtiendo el setlist en una constante en la que era difícil distinguir clásicos de temas más recientes, de lo bien que funcionaban todos ellos. Hasta se atrevieron a sacar la guitarra acústica, entre bromas del cantante, para encarar la melódica ‘Orchid’ y no por ello bajar el nivel de intensidad de una noche que transcurrió entre sangre, sudor y olor a sobaco. El punk rock era esto.