Nudozurdo @ Sala But (Madrid) 15-11-2018


“Han sido casi veinte años frenéticos, una verdadera montaña rusa y si dicen que el verdadero viaje es el que transforma al viajero (a diferencia del turista) nosotros podemos decir que Nudozurdo nos ha partido como un rayo y el espejo en el que nos mirábamos ni siquiera existe ya”. Así de sinceros y contundentes, Nudozurdo comunicaban el pasado mes de septiembre a su pequeño universo de seguidores el fin de toda una constelación de música. Encasillados en la siempre mal entendida música indie, lo cierto es que el grupo madrileño liderado por Leo Mateos jamás tuvo nada que ver con el sonido de ninguno de sus coetáneos. Oscuros, melancólicos y retorcidos, Nudozurdo construían su particular microcosmos de emociones, un espacio que en la música nacional les pertenecía absolutamente y que tras su despedida final dejará un vacío enorme. Sin duda, muchos grupos vienen detrás y siguen su tenebrosa estela, pero por el momento ninguno de ellos cuenta con las letras, las atmósferas melódicas y, sobre todo, con una de las mejores bases rítmicas que han podido disfrutarse nunca en directo. Lo de la pegada de Ricky Lavado a la batería y de Meta al bajo será algo que, aunque pasen los años, seguirá sirviendo de inspiración para todos aquellos que sigan sus pasos. Pocos grupos en directo pueden presumir de ser capaces de levantar semejante muro de sonido con unos cimientos tan sólidos.
Después de ese anuncio, que cayó, como ellos mismos describían, como un rayo, Nudozurdo se enfrascaban en una última tacada de conciertos por todo el país, en los que despedirse de todas aquellas personas a las que emocionaron en algún momento de sus vidas. Diciendo definitivamente adiós en casa, cada minuto de espera cargaba aún más un ambiente en el que podía respirarse el nerviosismo y la nostalgia, pero también las ganas de disfrutar de todo su imaginario por última vez. Sensaciones que se apoderaban de Madrid cuando sonaban los primeros acordes de ‘Bondage Belcanto’. Con algunos problemas de sonido en sus inicios repasaban también, yendo de lo más nuevo a los recuerdos más antiguos, esa ‘Dentro de él’ contenida en su disco de debut. Momento tras el cual realizar un breve parón para solventar problemas de sonido en la pedalera de efectos de Mateos. Incluso en su despedida, tuvieron ese poso del fallo que tanto marca el carácter efímero e irrepetible de la música en directo, y que la hace automáticamente bella y mágica. Aunque esto agravase aún más los nervios y la tensión que podía vislumbrarse en los rostros tanto de asistentes como de músicos, todo quedaba atrás cuando comenzaban a sonar como puñaladas directas a nuestros corazones las primeras notas de ‘Mil Espejos’. Convertida en parte de la banda sonora de toda una generación, pocas canciones en castellano han sabido traducir mejor al lenguaje de lo sonoro los sentimientos de melancolía y del amor terminado, ese que deja tantas marcas y recuerdos que permanecen en el alma como una cicatriz invisible y que, una vez que todo ha terminado, siguen allí dentro para siempre.
No faltaron las referencias a aquel «Rojo es Peligro» tan criticado en su día, representado en ‘Bucles Dorados’ o la crudeza enmascarada en los compases bailongos sintetizados por César Mosteyrín de ‘No Siento el Amor y Tu Amor Es Falso’. También bucearon en su discografía para rescatar ‘Lo Que Querías Ser’ y la desgarradora ‘Contigo Sin Ti’, otro mazazo que sobrecogía una vez más a una audiencia que permanecía en silencio ante tal derroche de intensidad. Pero su extenso último setlist enfocaba el tiro en sus tres mejores álbumes. De su reciente y espléndido «Voyeur Amateur» sonaban inmensas la coreada ‘Úrsula’ y la negruzca ‘Jaula de Oro’, con la que por fin nos deleitaban en vivo y casi terminaba por derribar las paredes de la sala. No se dejaban en el tintero tampoco ‘Voyeur Amateur’, ‘Estás Tan Perdida’ o una ‘Ruta de los Balcanes’ que cerraba por todo lo alto el primero de los dos bises que se marcaron.
Antes de esto, «Sintética» también dejaba alguno de sus clásicazos, como la coreada y celebrada ‘El Hijo de Dios’ o esa maravilla titulada ‘Ha Sido Divertido’, con la que bien podían haber cerrado su requiem musical con su tentador estribillo: «ha sido divertido habernos conocido». Pero una vez más, Nudozurdo hacían alarde de una personalidad por encima del cliché, dedicando sus últimos momentos sobre las tablas a algunas de las mejores canciones de «Tara Motor Hembra». Primero, ‘Golden Gotele’ enlazada con ‘Prueba/Error’, que volvía a ponernos en jaque. Y definitivamente de vuelta de su segundo bis, la calma antes de la tempestad de ‘Dosis Modernas’, una catarsis que encontraba su clímax en una despedida, tan mágica como ellos mismos, con la descarnada ‘El Diablo Fue Bueno Conmigo’. Toda una declaración para cerrar un concierto, que pese a haber sido mejorable en cuanto a su sonido, nadie podrá cuestionar que fue tan especial que la emoción se sobrepuso a todo lo demás.
Para cerra esta crónica, no se me ocurre nada mejor que recurrir a esa Biblia musical y vital llamada «Postales Negras». Memorias autobiográficas en las que el maestro Dean Wareham (con quien, por cierto, Leo Mateos empieza a guardar incluso cierto parecido físico), hablaba del final de Luna, y de cómo, en el que fue «su último concierto», una chica lloraba en las primeras filas. Algo que inspiró al propio Dean a una de sus tan agudas como amargas reflexiones: «¿Acaso se había muerto alguien? Luna tiraban la toalla, ella no volvería a vernos tocar y su juventud se había terminado, eso era todo». Por suerte, aquella chica, aunque ya convertida en algo distinto a una joven, podría volver a rememorar su adolescencia y juventud más imperiosa años después con el renacer musical de Luna. Pues eso, que aunque el pasado jueves todos nos hiciésemos un poco más viejos, siempre podremos recordar con su correspondiente regreso, con arrugas o sin él, aquellos años tan gloriosos.