Tengo debilidad por The War on Drugs desde que escuché los primeros acordes de “Lost in the Dream”, el disco que publicaron en 2014. No exagero si digo que son una de mis bandas favoritas y, siendo lo más objetivo posible, creo también que son uno de los mejores grupos de la última década en lo que al rock más convencional y puro se refiere. Por si fuera poco, su siguiente disco, “A Deeper Understanding”, me pareció incluso superior al anterior. En él, Adam Granduciel, alma y voz de la banda, alcanzaba una cima creativa absoluta, llevando al límite su propuesta, mejorando todo lo aprendido durante años de carrera y consiguiendo lanzar un disco que sobrepasaba la hora de duración pero que era un artefacto rotundamente perfecto y disfrutable de principio a fin en estos tiempos de singles. Con estos antecedentes es difícil enfrentarse a su siguiente trabajo discográfico, este “I Don’t Live Here Anymore”, y no sentirse un poco decepcionado. Pero solo un poco. Es imposible mejorar lo perfecto, asumámoslo cuanto antes y disfrutemos de otro trabajo que, realmente, no deja de ser sobresaliente.
Conocedores de sus puntos fuertes, en temas como ‘Harmonia’s Dream’ recurren a todos esos tics que tan bien les funcionan. Una batería constante y trotona, el ascenso de intensidad instrumental, los torbellinos de guitarras, el fraseado vocal y un estribillo que más bien parece una estrofa y que nunca es lo más importante de la canción. Ahí están todos ellos, remitiendo a algunas de sus mejores canciones. También en ‘Change’, que recuerda al mejor Springsteen, siempre presente en sus composiciones, y que termina con un precioso cierre de teclados. O en el tema que da nombre al disco, en el que suenan más ochenteros que nunca, con la impagable colaboración vocal de Lucius en un estribillo impecable para el recuerdo. Expertos también en el medio tiempo de sentimiento épico, ahí están temas como ‘Rings Around My Father’s Eyes’, cálida como el calor de una hoguera, o una ‘Old Skin’ marca de la casa para dejar claro que en ello no tienen rival. Y aunque siguen sin ser demasiado dados a la experimentación, hay detalles en este disco que les llevan un paso adelante, como buscando nuevos terrenos que explorar. En ‘I Don’t Wanna Wait’ escuchamos un arranque con baterías programadas y efectos vocales que nos trae a la cabeza los primeros pasos experimentales de Bon Iver. También algo desmelenados suenan en ‘Victim’, repleta de sintes y con un bajo que suda groove. Dos vertientes que tal vez pueden explotar más y mejor en el futuro.
Mientras tanto, seguiremos disfrutando de lo que son ahora, una banda que, aunque no ha inventado nada y muestra sin pudor sus referencias, ha sabido crear un sonido propio que ya es, a su vez, clara influencia para artistas actuales. Sin ir más lejos, en nuestro país encontramos su influjo en temas de Xavier Calvet, del proyecto de The New Raemon junto a Marc Clos y David Cordero o en el álbum de Wide Valley, que reseñábamos recientemente. Por algo será.