Sum 41 + Simple Plan @ Wizink Center (Madrid) 27-09-2022


Que la melancolía vende es algo sabido universalmente. Más aún cuando se aferra a la adolescencia, esa etapa vertiginosa que termina por marcar a fuego rápido una parte indispensable de nuestro carácter futuro. En lo musical, se adhieren a las canciones como el pegamiento instantáneo una serie de recuerdos a los que, pulsando el play o, mejor aún, yendo a un concierto, podemos volver para viajar en el tiempo. Ese fue siempre el gran truco de magia de la nostalgia, mucho antes de inventarse el DeLorean, seguramente desde que los primeros pobladores hacían música en sus cavernas con una piedra y un palo.
Explotando una imagen y una tradición del punk-rock-pop (o algo así) que comenzaba en California una década antes con bandas como NOFX, The Offspring o Green Day, los ’90 acercaban esa tendencia, sonora y estética, al pop más adolescente. En esta nueva ola, llegarían mis queridos Blink-182, y pocos años más tarde Sum 41 y Simple Plan, abriéndose ya por completo al pop-punk más mainstream. Así llegábamos a los 2000, con sus estribillos conquistando a toda una generación que, ahora ya en la treintena, el pasado martes no faltaba a su cita con la melancolía en el Wizink Center de Madrid.
Extremadamente puntuales, Simple Plan saltaban a las tablas con energía, empezando justo por el principio, con esa ‘I’d Do Anything’ con la que abrían un disco de debut que les catapultaría a la fama inmediatamente. Comunicativo y recurriendo a todas las fórmulas posibles del rock de estadio, Pierre Bouvier lideraba a la multitud, siempre acompañado de un sonido impecable que dejaba patente el bagaje de una banda muy rodada que, pese a sacar discos de manera intermitente, se mantiene en buena forma. De hecho, este mismo año editaban un nuevo álbum, del que no obstante solo sonaría ‘Iconic’, dejando el ego de lado y sabiendo que aquí la gente había venido para viajar atrás en el tiempo.
En este flashback sonarían ‘Jump’, ‘Shut Up’ o su mayor hit, esa ‘Welcome to My Life’ radiada hasta la saciedad por emisoras de todo el mundo durante toda una década y coreada en Madrid con más de 10.000 voces y 20.000 brazos en alto. En este repaso a la morriña apelaban a toda esa burbuja, versionando fragmentos enlazados del ‘All Star’ de Smash Mouth, el ‘Sk8er Boy’ de Avril Lavigne o una ‘Mr. Brightside’ con la que casi se viene abajo el recinto rememorando a The Killers. El remate final, llegaba con espectáculo, con Bouvier dando un speach sobre la pandemia, disfrazándose con un traje de protección bilógica y lanzándose a un público que lo manteaba sobre sus cabezas por medio estadio. Todo ello en mitad del pelotazo de ‘I’m Just a Kid’, sacando un sonrisa incluso a los escépticos. Terminaban con la emotiva ‘Perfect’, intentando arañar aún más los corazoncitos de los fans más militantes.
Listón alto para unos Sum 41 que partían como teóricos cabezas de cartel y que hacían una puesta en escena a la altura del precio de las entradas, con un demonio hinchable presidiendo el escenario y todo tipo de artillería de rock de estadio: pirotecnia, fuegos y confeti. Como ya hiciesen Simple Plan, rechazaban el presente, hasta el punto de no tocar ni una sola canción de su álbum más reciente, «Order In Decline» (2019). Comenzaban repasando su debut y más sonado álbum, «All Killer No Filler» (2001), con ‘Motivation’. Y de este discazo sonarían sus mejores temas: ‘Summer’, un trocito que sabía a poco de la magnífica melodía de ‘Rhythms’ y, como no, las imparables melodías de ‘In Too Deep’ y una ‘Fat Lip’ que echaba el cierre.
Entre medias, repaso a su venazo más punk con ‘The Hell Song’, ‘Still Waiting’ o la frenética ‘Makes No Difference’. También el guiño al emo en cortes como ‘Pieces’ y esa vertiente más heavy que les ha permitido meter la cabeza en los últimos años en festivales del circuito. Pese a algún momento forzado y altamente prescindible, como su versión del trilladísimo ‘We Will Rock You’ de Queen, Deryck Whibley y los suyos cumplían con el guion y devolvían exhaustos a casita a una audiencia que, durante cuatro horas, volvía a degustar las mieles de la juventud más imperiosa.