Leonard Cohen, el canadiense errante


Cuentan que siendo aún adolescente Cohen se asomó un día al balcón de su casa familiar en Montreal y escuchó unos acordes de guitarra que parecían venir del parque. Un chico de origen español tocaba flamenco y durante unos pocos días se convirtió en el primer maestro musical de Leonard. Unos 20 años separan este hecho de la edición de su primer álbum, «Songs of Leonard Cohen», donde se puede apreciar la extraña influencia en la forma de tocar arpegios, eso que lo hizo tan inquietante y personal al margen de su voz, de la que se han escrito ya mil elogios. Más tarde llegaría el imprescindible «Songs From a Room» y el acojonante «Songs of Love and Hate», conformando así la mejor trilogía de canciones contadas y cantadas de la historia, una que resumía y concentraba en cada pieza emociones sin fecha de caducidad y que desde ahora son eternas.
La literatura y la música han estado siempre íntimamente relacionadas a lo largo de su carrera, quizás porque su gran pasión siempre fue la primera. Pero la literatura no dio para vivir, como confesara a uno de sus amores, la pintora noruega inmortalizada en ‘So Long Marianne’, la mejor fotografía de aquellos primeros años 60 conviviendo juntos en Hydra, una isla mínima de espacio pero inundada de calma como contrapunto al hipismo imperante. No sería esta la única etapa monacal de su existencia.
Definido como asaltador de alcobas y también como el antidepresivo más fuerte jamás recetado, el Sr.Cohen puede presumir de haber vivido una vida sobresaltada, en ocasiones al límite, con toda la dignidad, la honestidad y la brillantez de esos «hermosos vencidos» que él mismo novelara. Su voluntad y su vocación literaria le llevarían hasta Lorca, al que descubrió siendo muy joven y en el que halló un mundo que tenía algo de lo que él también presentía, un territorio oscuro, una poesía tan extraña y bella como profética. En sus propias palabras:
“Hará unos trescientos años que tropecé con un libro de un poeta español, un libro que cambiaría mi vida totalmente. Saben, yo estaba destinado a ser un neurocirujano o un guardabosques, o simplemente trabajar en la sastrería de mi familia, pero en una vieja librería abrí un libro y leí estás líneas: ‘Por el arco de Elvira / voy a verte pasar / para sentir tus muslos / y ponerme a llorar’. Miré la cubierta del libro, estaba escrito por un poeta español llamado Federico García Lorca; por primera vez entendí que existía otro mundo y quise pertenecer a él. Así que fue un gran honor para mí que me pidiesen traducir uno de sus poemas al inglés y darle forma de canción. El poema es Pequeño Vals Vienés, que yo llamo ‘Take this Waltz’”.
Sí, García Lorca fue el poeta del presentimiento y el mercantilismo y desde luego nadie lo ha cantado o la ha entendido como él. Lo hace en éste ‘Pequeño Vals Vienés’, incluido en su enésima obra maestra “I’m Your Man», o en el propio primer single de ésta, una ‘First We Take Manhattan’ que fue analizada tiempo después como una extraña premonición que se adelantaba varios años a los ataques terroristas del 11-S, con frases como «me guía una señal en los cielos, me guía la marca de mi piel, me guía la belleza en vuestras armas. Primero conquistaremos Manhattan, después conquistaremos Berlin”. El enorme “Omega” de Morente y Lagartija Nick, (disco que se encuentra en estos días pendiente de ver la luz en una gloriosa nueva masterización que incluye varios inéditos), ya le hizo justicia a este tema de Cohen, en palabras del propio autor con una versión que supera con creces la original.
Cuando a finales de los 90 Morente juntaba en un mismo disco a Leonard Cohen, Lorca, el flamenco jondo y la psicodelia de Lagartija Nick nadie parecía entender nada, salvo el propio Enrique, que se dio cuenta de que canciones como esta tenían un estrecho vínculo con “Poeta en Nueva York” y decidió matrimoniarlos en una unión sobre la que el canadiense afirmó nunca antes haberse sentido en mejor compañía.
Casi por intuición, Cohen llega muy joven al mundo Lorquiano y al flamenco. Décadas después sucede lo mismo pero en la dirección contraria, y es esto lo que hace del arte algo sagrado y misterioso. Sirva como ejemplo este hecho que relata al medio Efe uno de sus principales valedores en España, el escritor y periodista Alberto del Manzano:
«Nos fuimos a la habitación de su hotel, yo llevaba discos de Cohen y los pusimos. Lo curioso es que Enrique enseguida se dio cuenta de que en la música de Cohen, sobre todo en los primeros discos, había elementos de flamenco, algo que el propio Cohen reconocería más tarde«.
Recordando ahora la imprescindible biografía que Sylvie Simmons editara hace unos años sobre el artista equilibrista, es curioso como Cohen (mujeriego y depresivo a partes iguales) salió siempre caminando de sus relaciones, sin trauma o secuela alguna. Bien mirado, los desencantos narrados en sus canciones parecen más bien una serena aceptación de la pérdida. De Marianne a Rebecca De Morney pasando por Suzzanes varias, fueron todas esas calles de la infancia que parecen haber desaparecido ahora, toda esa cantidad de nieve que aparece en las viejas biografías y que se equipara en gran parte a la tristeza vertida en su obra, todas esas depresiones, drogas y un sinfín de hechos datados o no las que dieron forma a una personalidad difícil, compleja y atormentada. Casi 50 años sustituyendo emoción por canción en temas confesionales, partidos por la mitad, a veces delirantes y otros decadentes pero siempre con un halo de esperanza y optimismo.
Pasando a hablar de algunos de sus discos y a título personal me gustaría resaltar la enorme injusticia que la crítica y el mismísimo Cohen han acometido a lo largo de la historia contra «Death Of A Ladies’ Man», el álbum producido o incluso secuestrado por el zumbado y absolutamente genial Phil Spector. Al parecer el productor, ya con sus facultades mentales algo mermadas, tomó las cintas del estudio y una vez que Cohen registró la parte vocal volvió a regrabar la totalidad del álbum impidiendo que el canadiense formara parte de él a punta de pistola. Dicen que cuando Cohen escuchó el resultado casi le da un infarto pero para entonces el disco se encontraba ya en la calle, al parecer por cuenta del propio Spector, y envuelto por cierto en una inspiradísima portada. Esta muerte del seductor que tiene también su más que recomendable versión literaria contiene al menos en la mitad de su duración lo mejor de los dos mundos: la lírica del canadiense se da la mano (aunque sea forzosamente) con los arreglos y muros de sonido Spectorianos. Solo la canción que da nombre al álbum ya justifica por si misma todo ese supuesto infierno que fuera gestarlo, o más bien registrarlo. Con un narrador que parece ir saltando de coito a coito en cada surco el disco tiene otra de sus cumbres compositivas en ‘True Loves Leaves No Traces’ haciendo apología del aquí te pillo aquí te mato en el que se había convertido su vida.
A día de hoy supongo que ‘Suzanne’ o ‘Hallelujah’ no paran de reproducirse en los miles de dispositivos de los que cada cual dispone, y lo cierto es que da un poco de rabia cuando la gente se aproxima a lo sagrado simplemente por una mera curiosidad impuesta por el bombardeo actual en forma de obituario. Mejor no acercarse si uno no está dispuesto a profundizar. En caso de dejar inevitablemente la superficie y adentrarnos en el fondo del mar del corazón de Cohen, ese fondo marino que, citando a Lorca «devolverá los nombres de todos sus ahogados«, será la música y la sublime lírica la que nos devuelva muchísimo más de lo que dimos. Imposible quedar indiferente ante piezas enormes, grandiosas, tan trascendentales como la hermética ‘Master Song’, todo un torrente emocional y mesiánico acompañado por el cortante puntillismo de la guitarra que a la vez parece dibujar en cada arpegio una sutil percusión. O esa ‘The Stranger Song’ en la que el canadiense errante acentúa cada verso con unos incesantes acordes que van prendiendo fuego a cada brillante imagen que evocan el viaje, el amor y el autodescubrimiento, así como la resignación y la renuncia. Tampoco ante ‘Teachers’ o ‘Seems So Long Ago Nancy’, otros dos buenos exponentes de la belleza de su repertorio. Sin ser clásicos populares para las mayorías es aquí donde mejor se refleja la esencia del artista en su primera época. La primera contiene la urgencia de unos versos rápidos con Cohen en completa crítica social y una melodía que no es de este mundo. La segunda es el reverso oscuro, inquietante, trasnochado y hasta suicida.
Siguiendo con su discografía, «New Skin For The Old Ceremony» supuso el fin del sonido casi espartano de la, insisto, más que recomendable triada inicial. Es desde luego uno de los álbumes más musicales de la carrera de Leonard y esto no quiere decir que el nivel de las letras baje en intensidad, simplemente está abierto como nunca a más y mejor instrumentación. Baterías, banjos, mandolinas o violas van acompasando esta obra, dejándola respirar en canciones como ‘Chelsea Hotel #2’, en la que nos recuerda que somos feos pero tenemos la música, o haciendo temblar la tierra al desquiciado y descompasado ritmo de ‘Lover Lover Lover’, otra canción para enmarcar. Tal vez por estar a medio camino entre lo que hizo antes y lo que vino después no sea un mal disco para comenzar a profundizar en su obra. En cualquier caso su calidad y su fuerza son indiscutibles. Su preciosa portada, que reproducía un grabado del siglo XVI en la que se veía a dos ángeles haciendo el amor en pleno vuelo, fue castrada en nuestra querida España, añadiéndole un ala postiza que tapara tan celestiales cuerpos.
Otro aspecto a resaltar del Sr. Cohen serían sus intensos recitales, ofrecidos a lo largo y ancho del mundo durante el medio siglo que duraran sus sagradas labores musicales. Uno de los mejores testimonios a pesar de la cantidad de álbumes en directo que el canadiense alumbrara sería en mi opinión el disco «Live at the Isle of Wight», editado con posterioridad y complementado con un maravilloso DVD que captura y atrapa quizás uno de sus mejores momentos. A título personal y con respecto a las últimas giras realizadas evitaremos los motivos de su regreso a los escenarios, ya que en realidad qué más da por qué si el cómo fue el que fue. Tuve la gloriosa y antepenúltima oportunidad de disfrutarlo en un aquí y ahora absolutamente trascendental. Fue también en una isla (una llena de corrupción, por cierto) y sirva de anécdota que el canadiense tocó en un sitio construido a fuerza de comisiones y chanchullos. Tampoco deja de ser irónico que entre el público se encontraran políticos, realeza y demás mediocres y poderosos. Nunca entenderé porque esta gentuza se autoproclaman admiradores de Cohen, ¿habrán entendido algo de lo que canta? Volviendo a lo que concierne añadiría que no sé si realmente se puede o no detener el tiempo, pero que en la primera línea que pronunciara esa noche de la gloriosa ‘Dance Me to the End of Love’ consiguió algo parecido, al menos en mi corazón. Lo cierto es que uno no encuentra palabras para definir algo así. Me arrancó las lágrimas y me retorció el alma. Nunca me había pasado algo parecido en un concierto.
Para concluir acerca de sus ceremonias, o quizá para entender un poco mejor la brutal honestidad del artista cuando pisa el escenario quisiera resaltar a continuación un episodio insólito para un público que no está muy acostumbrado a estos arrebatos de sinceridad. Era 1972 y aquel era uno de sus primeros conciertos en Israel, importantísimo para él por su filiación judía. Cuentan que el músico abandonó desolado el escenario tras dirigirse a su público mediante las siguientes palabras: «No estoy sintiendo profundamente las canciones y creo sinceramente que os estoy engañando. Lo voy a intentar de nuevo. Si no funciona lo dejo y os devolveremos el dinero. Hay noches en las que uno se eleva en el aire y otras en las que simplemente no despega. Vamos a dejar el escenario ahora y a meditar profundamente en el camerino para intentar recuperar la forma. Si lo logramos, volveremos«.
Al parecer aquella noche Cohen se encontraba atenazado por la responsabilidad y el compromiso de elevar la pureza artística a un nivel casi místico y aunque el público ni lo notara él si lo estaba percibiendo. Fueron los cánticos de una canción judía tradicional que llegaban de fondo al backstage entonados por un público que se negó a abandonar la sala lo que le hizo pensar en un consejo que un día le diera su madre: «Cuando las cosa te vayan mal aféitate«. Alguien le consiguió una navaja y al parecer después de rasurarse la barba volvió a saltar al escenario ante una tremenda ovación, agarró su guitarra y arrancó con los primeros versos de ‘Song Long Marienne’. Mientras cantaba sus lágrimas corrían por sus mejillas ante los sollozos del público. Ahora sí lo estaba sintiendo como nunca.
Cuando en 1996 Leonard Cohen le da la espalda al mundo y es ordenado monje budista zen con el significativo nombre de «el silencioso» éste cuenta ya con dos recientes álbumes más que notables a sus espaldas y con unas cuantas alcobas más asaltadas, o en el caso de Rebecca De Mornay arrasadas. El primero de sus últimos milagros musicales, “I’m Your Man”, lo vuelve a encumbrar a las alturas de las canciones rotas, estándolo también ahora su voz. Después de un par de discos de transición, en parte bastante fallidos, Cohen se saca de la manga lo que la mayoría de la prensa musical considera su segunda mejor colección de canciones. Con un sonido cercano al synthpop que lo aleja definitivamente de su primera etapa y lo sitúa como uno de los pocos artistas de su generación, quizás el único, que alumbre en los sufridos 80 una obra maestra, al menos siete de las ocho canciones incluidas rozan la perfección. Cohen ha envejecido y la hermosura e inocencia se han transformado en una agria visión cargada de cinismo. Ha visto el futuro y es un crimen, tal como cuenta en su inspiradísima ‘The Future’, con la que daría nombre a la que indiscutiblemente es la última colección sobresaliente del canadiense errante.
Siempre fue intuitivo para todo, tan decadente como adelantado siempre a su tiempo y basta para comprobarlo repasar algunas de sus letras más proféticas o los últimos hechos. Recuerdo vagamente como en un libro de conversaciones con Alberto del Manzano, Cohen teorizaba sobre la próxima epidemia en occidente. Según su teoría, la próxima enfermedad mundial del siglo XXI sería irremediablemente mental. Veinte años después de estas declaraciones y echando un vistazo a como está el patio global sobra decir que no andaba desacertado.
Al margen de acontecimientos, a Leonard Cohen se le recuerda con el viento en las velas, en todo su esplendor ahora y siempre. Desde luego conviene tenerlo a mano ya que nunca se sabe cuándo lo vas a necesitar. Desde estas páginas queremos aportar una cuidadosa recopilación de su obra que esquiva un poco las canciones más habituales aunque sin evitar las imprescindibles por derecho propio. Canciones mayúsculas que hasta cuando no parecen decir nada concreto lo están confesando todo. Os dejamos a continuación con dicha lista y añadimos una segunda llena de versiones de los temas de Cohen con artistas tan diversos como R.E.M., Jeff Buckley, Nacho Vegas o Silvia Pérez Cruz.
«Tardara mucho tiempo en nacer, si es que nace, un canadiense tan claro, tan rico de aventura”.
Mi más sincera enhorabuena, un homenaje de una profundidad desusada, verdadero oasis entre tanto panegírico de baratillo.
Gracias, Doinel