La Vida de Ryan (Parte 1)


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Decía Ryan Adams (Jacksonville, Carolina del Norte 1974) allá por el año 2001, y con motivo de promocionar su segunda entrega de estudio, “Gold”, que para él en un álbum era más importante la continuidad que la inclusión de las mejores canciones. No todas las escenas de una película deben ser forzosamente brillantes o intensas asumiendo así una necesidad de alternancia para construir una cierta narrativa. En su discurso se reflejaba ya de una forma definitiva su posición como artesano de álbumes. Acababa de salir al mercado el que sería su disco más comercial y, si bien es cierto que estaba capacitado para componer singles muy fácilmente, nunca caía en ese espejismo estético. Su búsqueda sería profunda, evocativa y personal; preparado contra todo pronóstico para que lo que vendría después.
Todo lo que vino antes
Desde la óptica puramente musical, David Ryan Adams es indiscutiblemente un genio con toda la belleza y toda la fealdad que eso supone. No creo que exista aquí la necesidad de abrir debate, que cada cual decida si lo que digo es cierto escuchando su música. Sí quiero definitivamente alertar de que estamos hablando de un artista que debe ser descubierto, si no se ha hecho ya.
Su talento innato se manifestaría a la temprana edad de 8 años escribiendo cuentos y poesías en la máquina de escribir de su abuela, quien sería también una gran influencia musical en su vida surtiéndole a través de su extensa colección de vinilos una educación musical admirable. A ella, o mejor dicho a su memoria, está dedicada la sobrecogedora ‘My Wrecking Ball’, incluida en su último trabajo de estudio.
A los 9 años experimenta la fuga de su padre dejándole en manos de su madre (una profesora de inglés) y su ya mencionada abuela. Si bien esta última le abrió las puertas a la música, sería su madre quien haría lo mismo con la literatura acercándole a autores como Kerouak o Poe. Son estos elementos psicológicos los que irán desarrollándose más tarde en su vida.
Con solo 14 años aprendió a tocar la batería para acabar desarrollándose en muy poco tiempo hasta convertirse en el vocalista y multi instrumentista que a día de hoy es. Un talento natural al que parece haber llegado más por inercia que por técnica. Da la sensación de que a veces se espera tanto del artista que las expectativas que en él proyecta cierto sector crítico llegan a ser humanamente inalcanzables.
Persiguiendo su sueño, a los 16 años abandona los estudios y apuesta con valentía y seguridad por el rock’n’roll, comenzando a escribir sus primeras canciones mientras trabaja en una zapatería. Poco después se une a una banda local, Blank Label y aunque no duraron mucho juntos llegaron a grabar tres canciones que aparecieron en un vinilo de 7” datado de 1991, siendo esta su primera referencia discográfica.
Tras un breve periodo tocando con las bandas locales Ass y The Lazy Star y tras dejar su casa familiar se une a los también locales The Patty Duke Syndrome (aquí podemos ver un vídeo del joven Ryan sobre el escenario), grupo con el que actúa en directo por primera vez en un bar de Jacksonville. La banda se disuelve en 1994 tras lanzar un split compartido de dos canciones.
Tras estos, Whiskeytown será la banda con la que Ryan Adams inventó, prefiguró y fundó ese movimiento que más tarde será conocido como Alt-Country, género que describía irónicamente en la canción ‘Faithless Street’, del disco homónimo de la formación, aparecido en 1995. Una obra que nos permite conocer aquel entonces talento precoz y que hoy, 20 años después, cumple de sobra su promesa.
“Strangers Almanac” (1997), su segundo disco, este ya en una gran multinacional, les vale un notable éxito de crítica, consiguiendo acaparar la atención del circuito de música alternativa norteamericana. El álbum, conocido también como “el de las flores”, es una bella colección de canciones sangrantes y espinosas, devolviendo al género su esencia y despojándolo del artificio pop estándar en el que había caído en los últimos años, apartándolo también de forma definitiva del halo de machismo que le envolvía.
Mientras todo el país reincidía en el rock alternativo y un grunge que empezaba a sonar impostado en manos de los discípulos de Kurt Cobain, ellos tiraron por la calle de en medio y consiguieron desmarcarse de movimientos generacionales para sentar las bases de la tradición reinventada, abriendo un camino que después sería transitado hasta aburrir.
El propio Ryan definiría Whiskeytown asi: «Lo formamos con amigos antes de cumplir los 20, ensayábamos de broma, grabamos, gustamos, nos gustamos, reímos, giramos, nos aburrimos y fin”.
Años después, con su carrera en solitario ya activada, saldría a la venta el último álbum de Whiskeytown, el póstumo y más que destacable “Pneumonía”, grabado en 1999 con la banda haciendo crack y retenido dos años en el limbo de la pre-edición.
Para ser único
Con Adams componiendo las canciones de lo que sería ese milagro sin fecha de caducidad llamado “Heartbreaker” dividió todo el tiempo entre el impulso de partir y la necesidad de no abandonar el barco. Acabó pesando más lo primero y ya no quedó soga suficiente para contenerlo. Grabado en sólo 14 días e inspirado por la ruptura de Ryan con la publicista musical Amy Lombardi, “Heartbreaker” (2000) contiene los mejores 51 minutos de la década anterior.
De corazón punk pero con mirada country el disco se abre con una discusión entre melómanos acerca de su más citado referente, Morrissey, para prender la mecha con la que será la gran borrachera, ‘To Be Young’. El resto del álbum es la resaca y la culpa.
El método de trabajo que emplearon, según su mano derecha, el productor Ethan Johns, consistió en tocar hasta encontrar la mecha y una vez hallada prenderla. Un gran método que captura las canciones vivas y aún sangrantes siempre y cuando el músico sea extremadamente sensible e intuitivo. Por lo que sabemos, Ryan lo es.
Dicen que no hay forma absoluta para la felicidad o la tristeza. Si se es feliz siempre queda la incertidumbre de qué nos deparará el futuro; por el contrario la tristeza siempre esconde algo de esperanza. El repertorio de debut confirma que Ryan está conforme con esta teoría, así las canciones reconfortantes dejan una puerta abierta al desastre, y de las más desencantadas parece nacer un halo de luz. Al primer grupo pertenecen ‘My Winding Wheel’ o ‘Amy’, en la que Adams le dice a la que fue su novia que no quiere derrumbarse, que la sigue queriendo y que vuelva, aunque en el fondo sabe que esto no sucederá. Todo ello envuelto en unos arreglos de cuerdas preciosistas que evocan un cierto aire a Nick Drake. Una de las más bellas canciones de amor escritas en este nuevo siglo.
Del segundo sobresalen ‘Oh My Sweet Carolina’ con unos celestiales coros de la eterna Emmylou Harris, ‘Call Me On Your Back Home’ y ‘Come Pick Me Up’, en la que el protagonista se plantea una huida pero es consciente de su fragilidad. En todas ellas hace muestra de su maestría en la armónica encrudeciéndolas y haciéndolas sonar ásperas como caricia de lija. Duro pero sin recrearse en el dolor para acabar vislumbrando la esperanza (“…ven a recogerme, sácame a dar una vuelta, déjame bien jodido, roba mis discos, fóllate a todos mis amigos, son una mierda, con una sonrisa en el rostro y luego repite: ojalá lo hicieras…”).
De oro, barras y estrellas
Habían pasado unos años desde que Ryan hizo las maletas y se largó con su entonces novia, la ya mencionada Amy, a la gran manzana, dejando atrás la América profunda que tanto influyó en sus canciones y definiendo el sitio donde creció, Carolina del Norte para ser exactos, como un lugar atrasado y ridículo lleno de supersticiones y prejuicios. Como él mismo declaró: «New York me desnudó, me quitó todo lo que tenía de pretencioso y de gilipollas”.
Por ello podemos definir “Gold”, su siguiente y ambicioso segundo largo, como el resultado de la mezcla entre la gran ciudad y su origen. Después de su éxito de crítica y, relativamente, de público, Adams comienza a alcanzar notoriedad y prestigio; su primer disco fue incluido en todas las listas de lo mejor del año y hasta Elton John le cita como influencia en sus entrevistas. Incluso es requerido por Alanis Morrissette para escribirle canciones a lo que Adams, falto de complejos e hiperactivo, accede encantado. Todo este subidón mediático le lleva a una situación inaudita hasta hace un par de años, su relación sentimental con nada menos que la actriz Winona Ryder, hecho que aumenta más el interés por su figura. La relación es breve pero intensa, rompiéndose al poco de comenzar y dejando a Adams en un estado de angustia sentimental que materializó en una veintena de demos grabadas en compañía de Bucky Baxter en un espacio de 48 horas. Según el músico, era un material tan triste como el de “Heartbreaker”, por eso decide no convertir estas canciones en su siguiente álbum, reservándolas para una publicación parcial posterior.
“Gold” es, según su propio autor, el color de Los Ángeles durante la puesta de sol, ciudad a la que el chico de Carolina del Norte se muda después de grabar el desconsolador “Heartbreaker”. Con un notable cambio de humor y la calma que precede a la tormenta, su nuevo disco es una carta de amor a la esperanza, un viaje de costa a costa a través del país cuya bandera sirve de portada para el disco.
Abre el recorrido ‘New York, New York’, donde comienzan los sueños con la llegada a América, y concluye con ‘Goodnight, Hollywood Boulevard’, donde se consolidan las conquistas. Bellísima metáfora que define la búsqueda y la conquista del amor que Adams parece llevar a cabo en “Gold”. Cuidadosamente producido por Ethan Johns, alcanza un sonido profundo y delicado que envuelve a la perfección letras sensibles y emocionantes como las de ‘La Ciénaga Just Smiled’, ‘When The Stars Go Blue’ o ‘Somehow Someday’. Las acústicas suenan grandes y poderosas como nunca en esta entrega, el calado rockero de ‘Firecracker’, con su impresionante armónica, es digna del mejor alumno aventajado de Dylan y por último, y para ponerlo todo en su sitio, hay que reivindicar la injustamente olvidada, espectacular y urbana, ‘Tina Toledo’s Street Walkin Blues’. Un disco universal que se asoma a un mundo en plena efervescencia electroindie para demostrar que el rock no ha muerto y que probablemente nunca lo hará.
Anecdótico fue que el single, ‘New York, New York’, el de la ciudad amputada, tuviera prevista su salida para el 11 de septiembre de 2001. Según algunos medios, esta fatídica casualidad hizo que la salida del sencillo se demorase, según el propio artista no fue así y, aunque estaba prevista para el 11S, por problemas de distribución salió el 14, no por ninguna cuestión de censura. Además, en el video que acompaña la canción y que se rodó semanas antes aparecen portentosamente las torres gemelas. Quizás por este motivo dicho clip no fue emitido por Mtv.
En esos días Ryan declaró a la prensa: “Lo que es un problema es que ataquen a mi jodida ciudad y maten a 5000 personas inocentes por ninguna jodida razón. Esto es un problema, mi disco no está teniendo ningún jodido problema”. Otra controversia fue la bandera de la portada colocada al revés, a lo que el artista respondió: “No significa una mierda, era una bandera muy grande y la colocamos de distintas formas, es una parodia del “Born in the USA”.
Gold le valió al artista su primera nominación a los Grammys y despachar casi un millón de copias a día de hoy. Desde el circuito más underground se le acusó de venderse al mainstream cuando en realidad lo que hizo fue engrandecer el panorama independiente llevándolo más allá sin acomodarse ni transitar caminos fáciles. En realidad “Gold” está en ese pedestal desde el que se codea con obras a su altura como “Blonde on Blonde” o “Harvest”, convertido por derecho propio en un álbum universal.
Hacia el año 2002 y sin interrumpir su apretada gira de conciertos que alcanzaban las dos horas y media de duración, Ryan grabó cuatro o cinco discos en unos seis meses. Uno de ellos, dicen, una obra maestra que respondía al nombre de “The Suicide Tapes”, parido a lo largo de una noche de hotel. Otro, según el artista, inspirado en su admirada Alanis Morrissette, y otro más protagonizado por un alter ego suyo y la banda punk The Pink Hearts. Toda esta incontinencia creativa fue destilada en una especie de “The Best Of” fantasma titulada convenientemente “Demolition”. Aquí el repertorio se presentaba tal cual, desnudo y sin artificios. Canciones directas, simples, sencillas y emocionantes; tanto que parecen páginas extraídas de su diario personal, escritas sin tapujos en sus horas más bajas. Ahí está ‘Nuclear’, rock áspero y sólido que tiene algo de power pop de los 80s e incluso de unos diluidos y tardíos Replacements, con Adams interpretando el repertorio a garganta rota acompañado de su contundente banda de directo y atrapando un cancionero prematuramente sólido y alguna que otra pifia lamentable (las menos). Este «Demoliton» no llegó a alcanzar el nivel de ventas de su anterior álbum aunque sí recibió una considerable atención.
Durante la gira de 2002, y a su paso por Nashville, tuvo lugar la ya mítica anécdota durante un show en el que un supuesto fan le gritó (no sabemos muy bien si de broma o porque el susodicho se había equivocado verdaderamente de sitio) que tocara ‘Summer of 69’, famoso hit del canadiense de nombre parecido y apellido similar, Bryan Adams. A Ryan no le gustó el chiste y paró el concierto hasta que la persona abandonó el recinto. Doce años después, en su último disco, el artista utiliza una tipografía para el título muy parecida a la del álbum “Wreckless” de Bryan. Dicho álbum contenía el mencionado ‘Summer of 69’ y varios superhits más, entre ellos ‘Run To You’, tema del cual decidió hacer un cover en vivo en un reciente concierto en Santa Bárbara, riéndose un poco de si mismo y cerrando el círculo de casualidades, a lo que habría que añadir que además de apellidos y nombres muy similares también comparten fecha de nacimiento, el 5 de noviembre, para ser exactos. Ese mismo año también anunció que había versionado el álbum debut de The Strokes, “This Is It”, pero que finalmente nunca lo editaría, declarando después que The Strokes eran unos pajeros.
Siempre envuelto en polémica y con fama de arrogante, ese mismo año a su paso por España también le llovieron malas críticas durante su concierto en el Palacio de Congresos, en el que se le acusó de pecar de mala educación, de ser incapaz de saludar y agradecer al público su presencia. Reseñado en la crítica como el pijo macarra (lo de macarra todavía, ¿pero pijo?), quizás la prensa debería informarse mejor, ya que una persona que deja los estudios a temprana edad perteneciente a la clase media y que hasta conseguir vivir de la música realiza todo tipo de trabajos (fontanero, camarero, dependiente, etc.) es definitivamente una persona que se ha hecho a si misma. En cuanto al sonido, se reconoció su saber hacer y que musicalmente se ganó a la audiencia descaradamente. Pues bien mirado, mejor que se deje de saluditos y topicazos y haga lo que mejor sabe hacer. Ryan se defendió de estas críticas afirmando con arrogancia: «Si vuelvo a vuestro país haré lo que me dé la gana”.
Ese mismo año declara también, ante la insistencia de algunos medios en citar a Van Morrison o a los Stones como influencia: ”¡¿Van Morrison?! ¡Odio al jodido Van Morrison! ¡¿Y los Stones?! Los Rolling están ahí pero yo no le robo nada a nadie, yo soy Ryan Adams y no robo música a nadie”.
Sin necesidad de robar nada, a Adams todavía le quedaban por delante unos años de lo más prolíficos musicalmente y que parecen no tener fin. Os lo contamos en la segunda parte de este artículo.