Freedonia @ Sala Joy Eslava (Madrid) 05-12-2014


Antes de acudir al concierto de Freedonia del pasado viernes, ya nos habían puesto en preaviso de muchas de las cosas que íbamos a presenciar. Las leyendas sobre el directo de la banda madrileña de soul se propagan como una onda expansiva que cada vez llega más lejos. Después de haber estado en uno de esos conciertos, podemos decir que todas ellas se quedan cortas al describir la energía y la emoción que irradian los trece músicos que la otra noche se subían a las tablas de una Joy Eslava a reventar que acabó colgando el cartel de ‘sold out’.
Pese a no ser la primera vez que lo consiguen, es evidente ver el progreso de un grupo que no para de crecer, capaz de llenar grandes salas y para el que ya pertenecen al terreno de la nostalgia aquellos inicios en los que tocaban desde una azotea del madrileño barrio de Carabanchel. Con estas premisas y ante unas mil personas se presentaba el nuevo trabajo discográfico de Freedonia. Un disco que tuvimos la suerte de poder escuchar en primicia algunas semanas atrás y del que ya os habíamos hablado.
Tras una breve intro en la que los músicos de Freedonia nos indicaban que el vuelo iba a despegar, aparecía en escena Mayka Sitté, la guía espiritual en el viaje emocional que estábamos a punto de vivir. Una presencia que impone si ni tan siquiera haber empezado a cantar y que no tardó en hacer despliegue de toda su magia. Con unos movimientos delirantes, Mayka Sitté parecía poseída y sumida en un estado casi demencial en el cual, visiblemente emocionada, cambiaba de registro pasando de ser la diva más elegante del soul a una bestia con una fuerza animal que nos dejó a todos hechizados. Pronto entendimos el porqué se le apoda «La Incendiaria», grito que pudo escucharse en forma de vítores desde el público, y que evidenciaba por tanto que Freedonia cuenta con un grupo de fieles que los acompañan desde hace años y a los que ahora también nos uníamos nosotros.
La llegada del protagonismo instrumental con el tema ‘The Avenger’ lo aprovechábamos para poder respirar hondo y recuperar algo de aliento. Un descanso que también se tomaba Mayka Sitté, que sudó toda su pena y su rabia sobre el escenario, para volver unos minutos más tarde con un deslumbrante vestido africano que promulgaba la defensa de la mujer.
A partir de ahí el viaje siguió entre los turbulentos alaridos de Mayka, que se combinaban con momentos de júbilo colectivo en los que público y banda parecíamos hermanados como si de un recital de gospel se tratase. Palmas y coros que no obstante se veían desgarrados en seco cuando llegaba otra balada, tiempo en el cual solo se escuchaba la voz de Sitté, y cuando esta se silenciaba también, podía oírse como se erizaba la piel de cada uno de los allí presentes. Un sentimiento que traspasaba los poros de la piel y se colaba hasta lo más profundo de los huesos, notando ese frío que te recorre toda la espalda.
Finalmente volvíamos a tierra firme y una vez allí podía contemplarse en las caras de los músicos un rastro imborrable de satisfacción. Tan palpable y real como lo era la felicidad que también reflejaban las caras de todos nosotros.
Fotografías y texto: Luis Arteaga