Festival Tomavistas 2022 @ IFEMA (Madrid)


El mundo del espectáculo en general, pero los festivales de forma más drástica, sufrían dos años en blanco en los que la pandemia ponía en jaque sus estructuras económicas y logísticas. Sacando a duras penas ciclos con el público sentado, cancelando varias ediciones, algunas de ellas sin margen de tiempo y por razones ajenas a la organización, eventos como el Festival Tomavistas conseguían sobrevivir a todo este castigo lapidario. Lo hacían, eso sí, con grandes esfuerzos y dolorosos sacrificios por el camino, abandonando un recinto que ya era tradición y que, tal y como se confirmaría en esta edición, sigue muy presente en el imaginario de su público más fiel. Y no es para menos. Pese a todo, acudíamos un año más a la cita, con ilusión y ganas de disfrutar de nuevo de un festival en condiciones de normalidad.
Todo arrancaba el jueves con una programación eminentemente más abierta a un público mayoritario. Así respondían los datos de audiencia en la que sería la jornada más concurrida del festival, con unas barras que se vieron desbordadas en este primer día. Nuestro camino comenzaba con el directo de Rojuu, que tras sorprendernos el pasado año en teatro, teníamos ganas de ver cómo habían evolucionado sus canciones en este tiempo. Un show que conectaba con el fenómeno fan de una audiencia joven totalmente entregada a la causa. Sus últimos pasos le han acercado más a los ritmos propios de la rave, pero por suerte ahí siguen quedando vestigios musicales como ‘Umi’ y todos los guiños a la cultura del anime que lo hacen una propuesta diferente.
A la misma hora, Confeti de Odio desgranaba su pop con una banda bien engrasada, especialmente certero en sus pasajes más ruidosos, con tonadillas como ‘Hoy Será Un Día Horrible’ o ‘Muchísimo’. Turno después para Cariño y sus melodías primaverales. Ya se sabe que sus canciones de envoltura simpática esconden un cuchillo y así nos asestaban cortes aparentemente tan festivos como ‘Si Quieres’ o su clásica ‘Canción de Pop de Amor’, himno absoluto de su discografía. Un concierto con el que no terminamos de conectar, tal vez por esa puesta en escena en la que, pese a sonar bien las guitarras, sentimos que sigue faltando la pegada de una batería.
Ese juego entre lo cariñoso y lo provocador, Cupido lo reinterpretaban a su manera, llenando el escenario de peluches. Con una carrera tremendamente intermitente, la banda comandada por Pimp Flaco es una rara avis dentro de la escena local y por aquí ya teníamos ganas de verles en acción. Poseen un gusto instrumental exquisito en las melodías y, con el autotune siempre presente como rasgo estilístico, empezaban a lo grande con ‘Se Apagó’ o una ‘Galaxia’ llena de funk ochentero que convertía el Tomavistas en una pista de baile multitudinaria. No faltaban las más reconocibles de su repertorio, ‘Autoestima’ y ‘No Sabes Mentir’, entre las que intercalaban algunas de sus creaciones más recientes. Sonaban especialmente brillantes ‘La Pared’ y ‘La Santa’, bordando uno de los mejores bolos del día.
Tras éste se sucedía otro que no fue el mejor pero seguramente sí el más multitudinario. Rigoberta Bandini llegaba a Tomavistas, después de que la inercia eurovisiva y la polémica generada por aquellas absurdas votaciones pusieran a Paula Ribó y su ‘Ay Mamá’ en boca de todos. Tampoco es que este sea su “one hit wonder”. Antes de aquello ya había firmado sold outs en salas como La Riviera y canciones como ‘Perra’ o ‘In Spain We Call It Soledad’ llevaban tiempo instaladas entre los ambientes musicales más modernos y festivos. Es música hecha por y para celebrar en vivo y así lo demostraron con un espectáculo milimetrado, justito en lo puramente musical pero bien engrasado en lo artístico, con bailarinas y constante movimiento sobre las tablas y sí, con ‘Ay Mamá’ (interpretada hasta en dos ocasiones y en dos versiones diferentes) como momento culminante. Mucho menos acertadas fueron la verbenera versión del ‘La, La, La’, imagino que por seguir explotando el filón eurovisivo, y ese momento en el que Ribó le pidió a Cristo que bajara y nos ayudara a rezar. Espero que lo hiciera desde la ironía, aunque su comentario sobre los palos que había recibido por dicha canción en redes no parecía apuntar hacia ello. Yo, una vez más, me quedé con esa sensación de que el discurso progresista para algunas cosas acaba encallándose en una mentalidad bastante carca para según que otras, con esa constante nostalgia por un pasado supuestamente mejor.
Tras el show de Rigoberta el público se dividió entre los que queríamos ver la puesta de largo del maravilloso disco que Alizzz publicó el año pasado y quienes prefirieron seguir con la fiesta propuesta por Putochinomaricón. Nos decantamos por el primero, que apareció en escena algo frío aunque bien respaldado por una banda que llevó las canciones hacía un nivel de lo más orgánico, cercano al post-punk más oscuro en ocasiones y siempre con el rock como protagonista y las melodías por bandera. Repasó su disco casi al completo y no faltaron las sorpresas, en forma de aparición estelar y sin previo aviso de C. Tangana en ‘Ya No Vales’, con la que pusieron patas arriba el recinto, o las versiones de ‘Lobo Hombre en París’, de La Unión, y una ‘Antes de Morirme’ en la que Cristian se vestía de Puchito y Rosalía y que revestía de un nuevo traje, más pop y directo, con su banda. Más previsible fue la colaboración de Rigoberta, que casi no tuvo ni que bajarse del escenario, en la nocturna y celebratoria ‘Amanecer’, y echamos en falta a una Amaia que estaba actuando esa misma noche en Sevilla para ‘El Encuentro’, la cual no perdió sentimiento en la voz de Alizzz. Breve y conciso, como lo es también el disco, fue un concierto al que ponían fin con la rugosidad instrumental de ‘Ya No Siento Nada’.
El broche de la noche era para un Sen Senra que, sin la magia de los visuales, perdía fuelle en directo. Pese a tener canciones sobresalientes y elegantes en su repertorio, y una chulería que trata de seguir la estela estética de una especie de Lou Reed del nuevo milenio, su puesta en escena usa abiertamente el playback como recurso artístico y eso no ayuda en absoluto. No obstante, el artista gallego sí es capaz de conectar con una generación muy determinada a quien no parecen importarle esta serie de artificios. Disfrutamos de la versión más íntima y menos impostada de canciones como ‘Ya No te Hago Falta’. Muchas veces, menos es más.
El segundo día tocaba desperezarse pronto y allí estábamos a primera hora para disfrutar de Yawners. Poco importaba haber disfrutado de sus canciones hace tan solo unas semanas en la presentación en directo de «Duplo». No se nos ocurre una banda más refrescante que ésta para combatir el sofocante calor del viernes. El power-pop guitarrero de ‘Rivers Cuomo’, ‘Paranormal’ o la tremenda ‘No Me Digas’, confirmaban que los temas más nuevos han entrado ya en el corazón de la gente.
Qué decir de Biznaga que no hayamos dicho ya. Para nosotros eran cabezas de cartel y solo nos hubiera gustado poder disfrutarlos en otro horario menos asfixiante. Tirando de oficio, se enfrentaban a las temperaturas más altas del fin de semana con su maravilloso «Bremen No Existe» por bandera. Con uno de los mejores sonidos del festival, sonaron con tanta garra que, ya en la inicial ‘Líneas de Sombra’, Álvaro García rompía una cuerda de su guitarra. Con ésta aún sin afinar, tiraban para adelante con espíritu punk, arrollándonos con ‘2K20’. Asentándose tras este inicio espídico, resultó abrumador contemplar como nuevas canciones, como ‘Espíritu del 92’, ‘Domingo Especialmente Triste’ o ‘Madrid Nos Pertenece’, han sido ya asumidas por un público que las canta como si no hubiese mañana. Allí nos dejábamos también la garganta nosotros, con las apoteósicas ‘Una Ciudad Cualquiera’ y ‘Una Historia de Fantasmas’, tal vez mis dos canciones favoritas de la que, en mi humilde opinión, es la banda más en forma de la escena actual.
Envueltos en sudor y exhaustos por el desgaste, manteníamos un perfil más bajo en el recital de unas Goat Girl que disfrutábamos desde la escasa parcela de hierba que había en el recinto, con un setlist que se centraba en su último y certero álbum. Nos levantaban del suelo con el ritmazo de cortes como ‘Sad Cowboy’ o ‘The Crack’ y sus bases sintetizadas y nos llevaron, casi por inercia, hasta su escenario gemelo para disfrutar de otro de los directos marcados en rojo para nosotros, el de Rolling Blackouts Coastal Fever. Primer concierto en tres años de los australianos fuera de su isla y con un disco tan apabullante como «Endless Rooms» bajo el brazo. Sus riffs a tres guitarras, su base rítmica, siempre trotona, y sus juegos de melodías vocales te obligan a moverte sí o sí mientras te insuflan un chute de optimismo que te lleva a ver constantemente el lado bueno de la vida, como decía aquella famosa tonada que bien podría pertenecer a su repertorio. Arrancaron incontestables, tirando de clásicos y con ‘An Air Conditioned Man’ y una ‘Talking Straight’ de mastodóntico estribillo como puntas de lanza. Y aunque apostaron por la velocidad (la situación lo demandaba) supieron poner pausa con temas como ‘Caught Low’ y su delicioso interludio psicodélico, o la desbordante de groove ‘Dive Deep’, con la que encararon la despedida que supuso ‘Fountain of Good Fortune’, de su fresquísimo y ya lejano segundo EP.
Tras ellos, y sin solución de continuidad, Carolina Durante pisaban el acelerador en el otro escenario, estos sí que para no levantarlo en los 50 minutos que estuvieron sobre él. Y si bien su concierto de hace tres años en el Tierno Galván les desveló como la banda más esperada de aquella jornada, en esta ocasión más bien fue al contrario, con un público, en líneas generales, algo alejado de su propuesta. Ni eso ni el sonido, un tanto aturullado, pareció bajarles el ánimo y abordaron sus celebrados himnos a piñón fijo, con un buen puñado de fieles rindiéndose al pogo en las primeras filas.
En ellas nos atrincheramos poco después para disfrutar de Kevin Morby. Pocos artistas en la actualidad nos transmiten a día de hoy lo que nos transmite él. Un auténtico genio musical, con la mirada puesta en los clásicos pero sin dejar de sonar moderno, original y desbordante de personalidad. Era nuestro particular cabeza de cartel internacional del festival y no decepcionó. Saltó al escenario acompañado por seis músicos perfectamente dispuestos, no en torno a él, sino junto a él, y con un telón de fondo que rezaba «This Is A Photograph». Precisamente con dicha canción arrancó a lo grande, con un sonido limpio y la voz en lo alto, para insertar en nuestras cabezas esos «this is what I’ll miss about being alive» que no podían definir mejor el momento que estábamos viviendo. Maestro de las emociones, Morby nos zarandeó el corazón con preciosidades sonoras como la pastoral ‘Campfire’, en la que pidió silencio para escuchar la parte vocal femenina, una ‘A Random Act of Kindness’ que asciende como un cohete de la mano de sus épicos teclados, o la inesperada ‘Parade’, con la que nos brindo otro momento «pelopúntico» e hizo check en su ya lejano «Still Life». Ni uno solo de sus discos se dejó sin visitar. ‘City Music’ sonó más guitarrera y agitada que su versión de estudio, incluso arrancando discretos pogos en las primeras filas, en ‘No Halo’ nos puso a dar palmas entre teclados y cálidos vientos y de «Singing Saw» saco a relucir esa dupla demoledora que es ‘I Have Been to the Mountain’ y ‘Dorothy’, sin duda dos de sus mejores canciones y para las que afilaron las guitarras. Con todo ello, el concierto ya rozaba el sobresaliente, pero la despedida con ‘Harlem River’ sirvió para obtener matrícula de honor. Su enigmático arranque nos hizo levitar y la batalla de guitarras, saxos desquiciados y explosión instrumental generalizada de su parte final puso el broche de oro a un espectáculo realmente mágico.
Después de tal descarga de endorfinas y con una amplia sonrisa dibujada en nuestros rostros, tomaban el relevo en el escenario contiguo Suede. La energía que emana un tipo como Brett Anderson es tan salvaje que da igual lo cansado que estés, cuando te quieres dar cuenta estás totalmente metido en su espectáculo. Es el frontman total, una bestia de escenario que se retorcía por el suelo en ‘Animal Nitrate’ y se dejaba la piel en cada una de sus viscerales canciones. Aunque su sonido, eminentemente guitarrero, demandó más decibelios, nada impedía que la pista se convirtiese en un hervidero con la magistral interpretación de la sentida ‘So Young’, la bailonga ‘Beautiful Ones’ o, saliendo a hacer unos bises, una ‘New Generation’ deudora de toda la nostalgia de una banda que el viernes nos hacía soñar despiertos.
Más difícil fue mantenerse en pie con el concierto de Slowdive, encargados de cerrar la noche. Nos encanta el grupo, y en sus anteriores conciertos nos hemos visto apabullados por su intensa descarga sonora pero no sabemos muy bien por qué, su paso por Tomavistas nos resultó, simple y llanamente, aburrido. Bien fuera porque nos encontrábamos lejos del escenario, rodeados por ese ambiente en el que la gente está por allí más a otras cosas que a la música, o bien por el cansancio acumulado, no conseguimos conectar con las tonadas de los de Reading. De manera discreta disfrutamos desde la lejanía de temas como ‘Star Roving’ o ‘Sugar for the Pill’ y terminamos rindiéndonos cuando el concierto se asomaba ya a su recta final. Les seguimos amando, así que otra vez será.
La última jornada comenzaba para nosotros con una agradable sorpresa. Una de las cosas que más nos pueden gustar de un festival es que programe bandas y artistas que discurran fuera de la rueda habitual. Esa esencia estuvo en los orígenes de Tomavistas y aquí volvía a dejarnos otra muestra de buen gusto de la mano de The Marías. La banda angelina, capitaneada con carisma por la puertorriqueña, María Zardoya, fue para nosotros el gran descubrimiento de esta edición. Ganando la atención de los curiosos canción a canción, el punto de inflexión fue la versión de Britney Spears, ‘Baby One More Time’. Gancho perfecto para atrapar al público y, desde ahí, sumirnos en su sonido expansivo en las guitarras y altamente sugerente en la voces. Combinando ingles y castellano en temazos como ‘Hush’, ‘Basta Ya’ o la genial ‘Cariño’, tras la que se acabaron pidiendo bises mientras asomaban nubes grises en el horizonte.
Con cara de circunstancias, Camellos veían desde el escenario como la tormenta amenazaba en lo que parecía un desenlace irremediable. No es la primera vez que les pasa en Madrid y no se les puede negar cierto gafe con el asunto. Tirando de casta salían a defender en directo su recién estrenado «Manual de Estilo», en su presentación oficial en concierto. Una celebración en la que sonaban implacables canciones del nuevo repertorio como ‘Compañera de Piso’, ‘Cambios de Humor’ o, sobre todo, una ‘Peligrosamente’ que, pese a llevar solo dos semanas en nuestros oídos, ya ha sido asumida como un clásico.
Llegaban las primeras gotas y no precisamente del mejor agua del mundo. Aún así, nada impidió que sonaran himnos como ‘Mazo’, ‘Siempre Saludaba’ o una ‘Pesadilla en el Hotel’ en la que definitivamente se rompía el cielo en dos y se iniciaba la épica. Allí permanecíamos, impertérritos ante la furia de los elementos, cantando puño en alto, completamente empapados en una muchedumbre que no dejaba de sonreír. Tras esto, la situación se tornaba insostenible y se tenía que paralizar el festival. Por aquí aún recuerdo nítidamente algo parecido, también en Tomavistas, calados hasta los huesos, sonando en todas las gargantas ‘Chica de Oro’, en mitad de otro diluvio con Él Mató A Un Policía Motorizado sobre las tablas. Pese al regusto amargo, estoy seguro de que este concierto de Camellos también quedará grabado en la memoria de quienes lo vivimos. Fue breve pero precioso. El tiempo lo terminará poniendo en su lugar.
Habiéndonos dejado todo lo que nos quedaba allí y completamente empapados, nuestra aventura en este retorno a Tomavistas terminaba aquí. A partir de entonces, se sucedían los siempre desafortunados comentarios en redes de quienes no gestionan bien la frustración y, desde luego, no saben ni por asomo cómo funciona ni la producción técnica de un festival, ni los ensayos de sonido previos, ni la gestión de agendas y compromisos de bandas internacionales que hoy tocan en Madrid y mañana en cualquier otra parte del mundo.
Pese a todo, el festival continuaba tras el ciclón con otro momento memorable, en el que Kings of Convenience, principales afectados por el parón, bajaban a tocar en acústico entre el público en un gesto que les honra. Recuperando la compostura, se continuaba con la programación haciendo un esfuerzo titánico por mantener horarios. Una vez más, no ha acompañado la suerte a este Tomavistas extraño, en el que sin duda hemos echado muchísimo de menos el Tierno Galván pero en el que, pese a todo, hemos vuelto a disfrutar de un festival al que seguimos teniendo un cariño especial.