Bilbao BBK Live 2023 @ Kobetamendi (Bilbao)


Referente absoluto del panorama festivalero estatal, El Bilbao BBK Live ha conseguido a lo largo de sus 17 ediciones celebradas lo más difícil de todo: diferenciarse de todos los demás con una idiosincrasia única. En un momento actual de competencia encarnizada entre festivales de música por un público que, aunque alguno aún no quiera darse cuenta, no da para todo, tener una personalidad propia se convierte en algo decisivo.
Ese nosequé se puede encontrar en todo lo que rodea la experiencia completa de asistir al BBK. Empezando por un enclave idílico en en el monte de Kobetamendi, donde no se molesta a nadie y la fiesta puede continuar hasta el amanecer. Muy bien conectado además con una ciudad (ay, qué importantes son las conexiones y los accesos…) que ofrece una oferta gastronómica y cultural especial. Siguiendo por un público eminentemente local que mantiene aún más la esencia del evento. Y por supuesto, acabando con un cartel que siempre denota un gusto que, valga la redundancia, puede gustar más o menos, pero que desde luego tiene la intención de sorprender más allá de simplemente agradar.
Viernes, 7 de julio.
Este año la lata se abría con los conciertos destacados del jueves de Florence + The Machine y Chemical Brothers, entre otros. Por desgracia en esta ocasión me los perdía y la aventura comenzaba el viernes, eso sí, desde bien temprano con el concierto de La Plazuela. El grupo granaíno de moda sorteaba el bochorno, que caía a plomo sobre nuestras cabezas a modo de calurosa bienvenida. Nada impidió que la pista se llenase y se viviesen con fulgor esas tonadillas entre el flamenco, el funk y el maquineo que ganan enteros en directo. Sonaron perfectos y nos dejaron con ganas de más «Roneo Funk».
Pese a haberles visto antes multitud de veces en directo, Morgan son siempre un seguro de calidad y una apuesta por la que merecía la pena pasarse. La banda capitaneada por Nina es un estandarte de elegancia musical y el maridaje perfecto para una tarde de verano. No puedo decir lo mismo de un Ben Yart al que me picaba la curiosidad ver y del que quedé empachado en tan solo 10 minutos. Me cuesta muchísimo conectar con esa propuesta supuestamente rompedora (que ahora es megatendencia mainstream) de rapear sobre tu propia canción pregrabada. Le sigo sin ver la gracia y más aún si en escena tampoco tienes nada más que aportar.
Algo más clásico y resolutivo en las formas es Duki, quien pese a abusar también del recurso estético anteriormente comentado, es uno de esos raperos actuales a los que le agradezco ir con una banda en directo. Con golpes efectistas de rock de estadio, la propuesta es clara: pirotecnia y una actitud que, aquí sí, se come el escenario. En cualquier caso, mucho más interesante me resultaba el concierto de unos Tinariwen a los que no me quería perder. Singulares como pocos, lo suyo es rock psicodélico tuareg. Oriundos de la tierra sin fronteras de los pueblos nómadas, llevaban los sonidos del desierto a la todavía tórrida tarde de Bilbao convertidos en leyendas del género. Era la primera vez que les veía y no me dejaron indiferente. Pese al impacto inicial desconcertante, no tardaban en meternos en esos remolinos de guitarras y mecernos con unos coros absolutamente hipnotizantes. Bolazo para firmar una de esas sorpresas que tanto me gusta encontrar en un festival de esta talla.
Una curiosidad que se trasladaba también a la demencial puesta en escena de Róisín Murphy. La cantante irlandesa es uno de esos seres camaleónicos, capaz de cambiar de disfraz innumerables veces sobre las tablas y cambiar a su vez un registro que por momentos es electrónico, de repente es art-pop y cuando te quieres dar cuenta estás escuchando música disco ochentera. Otra personalidad tan marcada como inclasificable, acorde con el festival.
Tocaba entonces reencontrarse con la leyenda y, solo un año después de verles en Barcelona, tenía la suerte de volver a escuchar a Pavement en las distancias cortas. Y mucho más cortas de las que cabría esperar en un concierto de semejante pedigrí, con un público que emigró de manera muy notable a otros escenarios. Más sorpresas de la mística especial del monte vasco. Sea como sea, Stephen Malkmus y los suyos comenzaban tal y como les recordaba; impecables y con más clase que un colegio, con los primeros acordes de ‘Grounded’. Es una banda descomunal y todos y cada uno de sus integrante parecen haber hecho un pacto con Satán para conservar intactas sus habilidades, especialmente sensibles en esos falsetes hiperagudos que Malkmus sigue clavando a la perfección sin inmutarse.
Qué decir de esa ‘Shady Lane’ que me erizaba cada pelo de la piel con su caparazón de lo-fi desenfadado. Mundos interiores preciosos y complejos que se expandían en temones como ‘Harness Your Hopes’, que eran despachados sin guardárselos para el final, porque ni siquiera lo necesitaban en un setlist donde cada canción parecía un milagro. No faltaron clásicos imprescindibles del noise rock norteamericano que eran celebrados puño en alto. Ahí llegaban ‘Cut Hair’, ‘Gold Soundz’ o ‘Range Life’, esa canción que siempre que la escucho consigue emocionarme en su nostalgia más pura, con ese «School’s out, what did you expect?, que esta vez canté con el corazón puesto en cada sílaba. Fue bonito, muy bonito y, seas o no seas fan de la banda, es imposible que estos tíos en directo no te atrapen. Uno de esos conciertos que justifican por sí mismo el festival. Un auténtico regalo.
Descanso mínimo para coger algo de aliento y concentrarse de nuevo con todo el público en el concierto de los franceses Phoenix, que no daban tregua a los perezosos y comenzaban implacables con ‘Lizstomania’, uno de sus hits más sonados. El rollito ochentero de sus bases bailongas y funkies nos ponía a tono con algunos de esos cortes donde se te escapan solos los pies. Mención especial para la imparable ‘If I Ever Feel Better’ y su estribillo melancólico y disfrutón a partes iguales. Todo ello en un repertorio en el que han engrasado a la perfección las últimas canciones de la banda, como ‘Tonight’ o los sintetizadores que protagonizan ‘Alpha Zulu’. Final épico para el recuerdo, con su frontman, Thomas Mars, adentrándose hasta la mitad de la pista para emerger sobre nuestras cabezas y lanzarse encima hasta llegar de vuelta al escenario. Brutal cierre.
Sus compatriotas The Blaze también dejaban bien alto el prestigio que merecidamente tiene la electrónica francesa. Su último y delicioso disco, «Jungle», se convertía en un imán para un púbico que, por primera y única vez en el festival, resultaba demasiado masivo e incómodo. Por suerte, sus bases eminentemente tranquilas y emotivas tienen la capacidad para transportarte a lugares mucho más relajantes. Manejaban la intensidad a la perfección, dejando momentos álgidos como ‘Dreamer’ o ‘Territory’, con esas percusiones tribales cambiando siempre la deriva y el beat de las canciones. Todo ello entre medias de unas letras etéreas que se alzaban al cielo de Bilbao como plegarias por el bien común.
Y con la electrónica ya metida en los huesos, llegaba una nueva demostración de cómo hacer crack con Jamie XX. Mientras te pasa por encima como una apisonadora. Es uno de los mejores djs que he visto nunca en directo y el pasado viernes volvía a dejármelo claro con un sonido sobrecogedor y un control absoluto de la intensidad. Capaz de cortar las bases con una soltura y un estilo totalmente distinguido que integra diferentes latitudes y culturas sin despeinarse. Ahí están trallazos de nueva hornada como ‘Kill Dem’ y su frenesí de beat africano o el gospel electrónico de ‘Let’s Do It Again’.
Este tipo es tan bueno que, en medio de todo esto, se permitía el lujo de tirar abajo Kobetamendi pinchando el clasicazo por antonomasia de la música de baile. Me refiero, cómo no, al ‘Ritmo de La Noche’. Unía así el respeto a la cultura del clubbing más primigenia con la vanguardia más experimental, y lo hilvanaba todo en una sesión pluscuamperfecta que, seguramente, fuese lo mejor de todo el festival. ¡Bravísimo! No quedaba más que acercarse tímidamente al mágico bosque de Basoa y salir de allí en seguida, contemplando ya el amanecer en Bilbao desde la privilegiada vista que ofrece el monte, en una de esas postales bonitas que te regala el BBK Live.
Sábado, 8 de julio.
Pese al palizón del viernes, justo después de los pintxos actuaba Ángel Stanich en medio de la ciudad, en uno de esos directos que me hacían saltar de la cama y vencer cualquier pereza. El ambientazo de un concierto así a las 15:30 de la tarde, con el monte y el Nervión de fondo es otro de esos momentos que me llevo para el recuerdo. Rodeado de sus musicazos habituales, Stanich es siempre un seguro y así lo demostró, poniéndonos a tono con ‘Escupe Fuego’, ‘Nazario’, ‘Carbura’ y toda una ristra de hits marca de la casa.
Desde ahí, parada técnica a por más pintxos y rápidamente para arriba, sin dejar escapar una nueva oportunidad de ver a La Paloma. Poco más que decir de ellos que no hayamos dicho ya en estas páginas. En directo es un grupazo y personalmente agradecí mucho verles por fin en un ambiente menos endogámico que en las salas de Madrid. Además, incluso el sonido lo-fi y distorsionado con el que sonó durante todo el fin de semana el escenario Firestone, fue aquí un aliado más para una banda en estado de gracia.
Otros que representaban la escena nacional en el cartel eran Cala Vento, a quienes les quedaba más que pequeño el escenario Txiki. Aluvión de gente desde bien temprano para ver a estos dos amigos que siguen haciendo historia en el power pop nacional. Algún pogo especialmente agresivo (algún descerebrado parece que no haya estado en un concierto en su vida) pero el mismo buen rollo de siempre en la pista, en plan karaoke con himnos como ‘Un Buen Año’ y canciones de nueva hornada como ’23 Semanas’. Lo mejor, el cierre, monumental y necesario, con ambos lanzándose al público en la que es mi canción favorita de su último disco: ‘Conmigo’. ¡Chapó!
Tristemente no conecté en absoluto con la propuesta de 070 Shake. De nuevo, la maldición de esas voces pregrabadas y artistas que, de vez en cuando, cantan encima de sí mismos. De verdad, si vais a hacer esto, tenéis que ser Kendrick Lamar o un animal de pelaje similar. Si no, mejor ni lo intentéis, porque la cosa no funciona. De allí ponía rumbo al escenario principal donde se agolpaban ya miles de fanáticos para ver al reclamo fundamental de la jornada y causante del sold out de la jornada del sábado: era el turno de los Monkeys.
Arctic Monkeys saltaban a escena con fuerza, y tras presentarse con una canción tranquila y elegante de su último disco, pisaban el acelerador del DeLorean para llevarnos de vuelta a la adolescencia con ‘Brianstorm’ y una ‘Snap Out of It’ con Alex Turner convertido en el divo definitivo del rock que es.
Los dos únicos problemas que tienen los Arctic Monkeys en directo son, el primero de ellos, que son un grupo mainstream del que la inmensa parte de sus ‘seguidores’ solo conocen sus hits. Y eso es exactamente lo único que esperan y desean de ellos. El segundo, que es realmente complicado aunar en un único concierto las canciones magnéticas y pausadas a fuego lento de sus últimos tiempos con el nervio y el frenetismo adolescente de sus primeras obras. Su concierto se debatió en todo momento entre estos dos ritmos claramente diferenciados: cuando sonaban los grandes éxitos, Kobetamendi se llenaba de brazos al aire. Cuando no, caras largas y respeto más propio de un funeral que de un concierto que es indiscutible cabeza de cartel. Siempre me hago la misma pregunta con ellos, ¿la gente que fue a verles pagando un dineral solo por ellos, saben realmente el grupo que son?
Sin ser yo un fan acérrimo de la banda, musicalmente fue sobresaliente, así como una puesta en escena especialmente teatral y llena de buen gusto. A nivel personal, me tocaban la fibra con ‘Crying Lightning’ y la maravillosa ‘Fluorescent Adolescent’. No sería este el concierto que más disfrutaría, pero no hay absolutamente nada que reprocharle a semejante bandaza.
Duro momento de elección, en una de las pocas veces que tuve que hacerlo en este BBK Live. ¿Idles o Young Fathers? En mi caso lo tenía clarísimo, aunque no por ello fue una decisión agradable. Los Young Fathers han sacado este año uno de los discos que más me han flipado en lo que llevamos de temporada. Son además una de esas bandas difíciles de ver en directo y con una personalidad sonora diferente a todo lo demás.
No me cabe duda de que el concierto de Idles sería increíble, pero lo del gospel chamánico de la banda escocesa fue algo digno de ver. Un beat sintetizado, una batería y arreglos de segundas percusiones, cuatro vocalistas sobre el escenario y muchísimo ritmo. Abrumadores de principio a fin, lo suyo fue una tormenta perfecta, con trallazos como ‘Soul’, ‘I Saw’ o una ‘Holy Moly’ con la que sudábamos la pista de baile en el que sería, sin ningún tipo de duda, uno de los bolazos del festival. Uno de esos que recordar cuando pasen los años.
Con dolor de pies y todos los deberes hechos, costaba mejorar lo sucedido pero aún latía en mí esa maldita curiosidad de ver qué tenían preparado Röyksopp. Y lo pusieron muy difícil, hasta el punto de demorarse hasta 45 minutos, algo que a las 2 de la noche mandaría a casa a más de uno. En el límite absoluto de la paciencia, ya encaminando la vuelta a casa, saltaban a las tablas y lo hacían, ahora sí, de la mejor manera posible. Con una ‘Impossible’ que sencillamente no se parece en nada a lo que escuchamos en el disco. En general, ningún tema del dúo noruego puede si quiera comparar su versión en estudio a la salvajada que hacen en directo.
Uno de esos grupos que hay que ver en acción, con una puesta en escena incontestable con bailarines, disfraces y la última tecnología de iluminación y mapping. Pero, sobre todo, un sonido y unas bases que siempre rompen a lo grande, capaces de mantenerte despierto y sin dejar de mover los pies en cualquier situación. Sin expectativas de nada, me dejaron fascinado y exhausto a partes iguales. Por supuesto, aguanté hasta el final y fue el cierre perfecto de un edición del BBK Live que sigue colocándole a la cabeza de los mejores festivales de música nacionales. Fue un verdadero placer, nos volveremos a ver.
Fotografías: Oscar L. Tejeda (Portada, Pavement, Phoenix, Young Fathers), Anclamusicphoto (La Plazuela, Tinariwen), Sergio Albert (Salida recinto, ambiente), Sharon López (Arctic Monkeys, Röyskopp).