Roger Waters @ Palacio de los Deportes (Madrid) 24-05-2018


Envueltos en otra crisis de corrupción, la que fermenta esta semana dentro del pútrido panorama político español, Roger Waters llegaba a Madrid a sus 74 años para volver a desafiar a la tiranía con mensajes tan directos como perfectamente traducidos para la ocasión a la lengua de Cervantes: «Que le jodan a los gobernantes». Después de dibujar en canciones, y por supuesto en imágenes, algunas de las distopías sociales más feroces del pasado siglo, el legado de Pink Floyd volvía a sonar más actual que nunca como siempre lo hizo, embadurnando de belleza y lirismo todo lo lo feo que nos rodea, que paradójicamente, o tal vez no tanto, sigue siendo lo mismo que perturbaba las conciencias de todos esos melenudos que intentaron cambiar el mundo a base de amor y viajes lisérgicos hace ya más de 50 años.
Después de interminables batallas legales con sus excompañeros de Pink Floyd y tras firmar una de las giras más laureadas de todos los tiempos bajo el nombre de «The Wall Live» (2010-2013), el tiempo y el éxito han dado la razón a un Roger Waters que sigue a lo suyo, manteniendo una banda de músicos llenos de talento con los que ahora se embarcaba en otra aventura bajo el lema «Us + Them». Un espectáculo que coge prestado todo el imaginario colectivo de Pink Floyd y lo adapta a la modernidad, exprimiendo al máximo todos los avances técnicos disponibles para lograr construir una puesta en escena que posiblemente sea de las mejores que pueden verse en un evento de música en directo. Así se entendió en Barcelona hace algunas semanas, cediendo ahora el testigo a la primera de las dos noches consecutivas en las que el británico desembarcaba en Madrid con su nave de los sueños.
Una noche que empezaba onírica y envolvente con la maravillosa ‘Breathe’ con la que nos mecía por el cosmos haciendo la primera conexión con nuestro subconsciente más dormido. Un ritmo que cortaría la eléctrica densidad de ‘One of These Days’ y que quedaría atado al aplastante compás del reloj de ‘Time’ poco después. Sin duda una de las múltiples obras maestras de Pink Floyd, que ahora sonaba magnética en la voz de Jonathan Wilson y en las seis cuerdas que retorcía una y otra vez el bueno de Dave Kilminster. Todo ello aderezado por los coros de las gemelas de platino: Jess Wolfe y Holly Laesing, quienes tomaron el protagonismo vocal poco después para marcarse en dueto una ‘The Great Gig in the Sky’ que distendía el recital. Y a partir de ahí, aprovechando ese impulso experimental, llegaba el momento perfecto para dar rienda suelta a las escasas concesiones que hizo Waters a su discografía en solitario. Sin resultar despreciables en absoluto, los nuevas composiciones del inglés no pueden compararse con la gigantesca huella de Pink Floyd, y él es el primero que lo sabe. Así, después de una salvable ‘Deja Vú’ y de una ‘The Last Refugee’ con reminiscencias flamencas, la iluminación del Palacio de los Deportes anticipaba otro de los momentos álgidos de la velada dando paso a los inconfundibles acordes de ‘Wish You Were Here’, esa canción homenaje a Syd Barrett que es ya patrimonio de la humanidad y que una vez más volvía a encogernos el alma. Poco después y para cerrar la primera parte de la obra, un regimiento de niños madrileños aparecía en escena para rememorar ese ‘Another Brick in the Wall’ con la que ponía patas arriba a todo el pabellón justo antes del descanso.
Recuperadas las fuerzas, tocaba adentrarse en una parte menos ensoñadora y mucho más visceral para la cual se reservaban los mejores trucos escénicos. De nuevo en posiciones, se desplegaban del techo unos enormes cicloramas retráctiles sobre los que se proyectaba con virtuosismo la central eléctrica más famosa del mundo de la música. Aquella que ilustró la portada de «Animals» y con la que ahora se abanderaba el renacer de la nueva clase trabajadora. Tras ‘Dogs’ llegaba el turno de la furiosa ‘Pigs’, dedicada especialmente para la ocasión a Donald Trump. Cerdo volador incluido.
En medio del éxtasis y el fulgor revolucionario instigado con un buen puñado de consignas en castellano impresas sobre las telas del Palacio, el sonido del dinero se apoderaba de los altovoces para introducir la prodigiosa ‘Money’ en la que repartieron para todos, acordándose de numerosos políticos incluidos los que gobiernan este país. Alargando su duración hasta el trance instrumental, Ian Ritchie nos deleitaba con un saxofón que coloreaba la atmósfera perfecta. Un matiz que también sería protagonista en la fantástica ‘Us and Them’ con la que se encaraba el final del show. Un clímax que ponía definitivamente de manifiesto ‘Eclipse’, para la cual se formaba delante del escenario un prisma gigante que terminaría descomponiendo la luz y bañando de color las sonrisas de todos los asistentes. Un espectacular juego de luces que encontraría su máxima expresividad en la definitiva ‘Comfortably Numb’, coreada puño en alto por todos los fieles mientras todos esos pigmentos cromáticos nos tatuaban en los huesos aquello de «me volví cómodamente invisible», apostillado por un mensaje complementario que se adueñaba de todas las pantallas con un titular rotundo: «Ni de puta coña».