Llevamos ya unos cuantos años alabando desde aquí a Kevin Morby. Volver a enumerar hoy las muchas virtudes que hacen de este músico atemporal una de las mentes musicales más geniales de este siglo sería redundar en lo evidente, así que centremos en describir por qué sigue manteniendo el listón tan alto en su última obra. “This Is a Photograph” es ya su séptimo álbum desde que abandonó las labores de bajista en Woods para echar a rodar su proyecto personal. Llega dos años después de “Sundowner” y, sin suponer una ruptura dramática con aquel, sí que retoma una instrumentación más rica en arreglos, como la que había mostrado en obras anteriores, y rompe un tanto con el tono más crudo y seco de su predecesor. También supone un cambio en su inspiración, pasando de su Kansas natal al influjo de Memphis, sus ríos, sus músicos y su orografía. Pero si algo marca la personalidad de este disco es ese retorno al pasado que Morby lleva a cabo a través de recuerdos familiares, principalmente gracias a unas fotografías que define como “ventanas al pasado”. La nostalgia más sana y pura, la bien entendida, atraviesa esta obra cuyo desencadenante fue una imagen de su padre a la que llegó después de que este pasara por un grave problema de salud que casi acaba con su vida.
Tras una intro de voces familiares, el disco lo abre el tema que le da título y sobre el que pivota todo el trabajo, tanto temática como instrumentalmente. Aunque es cierto que en este sentido muestra el subidón rockero más importante de la colección, con ese crescendo final que acaba en explosión de vientos y grandilocuentes coros. También hacia arriba se dirige en todo momento la belleza épica de ‘A Random Act of Kindness’, en la que son los arreglos de cuerda los que entran en escena para bañar de luz la composición. Cuanta belleza en una canción. Tras ella llegamos a ‘Bittersweet, TN’, la más country de la colección y en la que comparte voces con Erin Rae para invocar a grandes duetos vocales, como el que formaron Johnny Cash y June Carter. Desde ahí fluye hacia una ‘Disappearing’ bañada de lento groove y una ‘A Coat of Butterflies’, con referencias explícitas a Jeff Buckley en su letra. Una de esas joyas marca de la casa en las que Morby nos va introduciendo en un placentero estado de letargo mientras nos mece con sus frases y unos constantes arreglos armónicos. Casi siete minutos en los que lo más parecido que hay a un estribillo lo protagoniza un angelical coro femenino. Con ella cierra una primera cara del disco totalmente sobresaliente.
Arranca la segunda con ‘Rock Bottom’, un latigazo rockero directo y jovial que ya disfrutamos como efectivo adelanto y que nace inspirado por las canciones de Jay Reatard, otro artista fallecido al que rinde homenaje aquí. En ella cuenta con la colaboración a los coros de Cassandra Jenkins, que volverá a aparecer posteriormente. Tras ella, el disco se adentra en una recta final en la que, si bien es cierto que tal vez le habría venido bien algún arreón guitarrero, nos hipnotiza con una belleza instrumental y lírica casi tangible. Morby nos habla de cosas terrenales como nadie y no resulta difícil conectar con él, por mucho que hayamos crecido a miles de kilómetros de distancia. Por todo ello es imposible no disfrutar de temas como ‘Five Easy Pieces’, un corte de rock clásico orquestal y que ya quisieran haber firmado Arctic Monkeys en su último disco. O de la preciosa y directa carta de amor que dirige a Katie Crutchfield, pareja sentimental del músico y voz de Waxahatchee, en ‘Stop Before I Cry’. También de una ‘It’s Over’ que nos clava en el cerebro su título y que se sostiene a base de piano y voz, como lo hace la final ‘Goodbye to Good Times’ sustituyendo en esta las teclas por la acústica. En ella, Morby se disfraza del Dylan más desnudo para repasar recuerdos familiares y cerrar el disco como lo comenzó, abriendo emotivas ventanas al pasado.