Kevin Morby @ Sala Copérnico (Madrid) 06-07-2019


Que el «Oh My God» de Kevin Morby va camino de convertirse en el mejor disco del año es una realidad como un templo. Y pese a las fechas estivales y su sorprendente apuesta por llevarlo a las salas en solitario, la expectación estaba a la altura de su música y llenaba hasta los topes la Sala Copérnico de Madrid. Su justificación era clara: quería llevar sus canciones al directo de la forma más pura posible. Casi como si estuviésemos presenciando su fascinante proceso de gestación. Una intimidad descarnada que conseguía transmitir a sus fieles desde la primera palabra. La comunidad creada entre artista y audiencia se palpaba en un ambiente rebosante de sentimiento. No había móviles grabando, solo miradas atónitas, puños en alto, aplausos y las letras de Morby, quien con el aire acondicionado de su parte no tardaría en erizarnos la piel y hacernos creer que estábamos siendo partícipes de algo irrepetible. Y al menos así fue para quien escribe estas líneas, convirtiéndose en uno de los conciertos más emocionantes que recuerdo haber vivido en una sala. La magia del directo elevada a su máxima expresión. Así son los genios, y no cabe duda de que él pertenece a este selecto grupo de personas dotadas de una habilidad sobrenatural para conmover con tan solo tres acordes. Haciendo de la sencillez algo terriblemente complejo para el resto de mortales.
La noche la abriría poco antes Aaron Rux, quien aprovechaba esta oportunidad de oro para presentar en sociedad su último proyecto musical, «Crying Cowboys». Una colección protagonizada por baladas con un eminente sabor americano, llevadas a las distancias cortas simplificadas en lo instrumental en lo que terminaría siendo la antesala perfecta de lo que vendría después. Solo unos minutos más tarde de la hora prevista, haciendo alarde de ese estilo único que se traslada también al vestuario, aparecía en escena Kevin Morby junto al trompetista Hermon Mehari. Con un backline reducido a lo meramente imprescindible: un amplificador, una guitarra, un piano y dos micrófonos decorados con rosas, Morby se sentaba a las teclas para comenzar la liturgia con una ‘Oh My God’ adornada con los preciosos matices de trompeta introducidos por Mehari. Acompañamiento que se convertiría en una constante durante casi toda la ceremonia, brindando momentos con tintes de antología. Traduciendo el piano juguetón de ‘Hail Mary’ a melodías de guitarra, daba la continuación la conmovedora ‘Savannah’, en la que las pausas de su versión de estudio eran respetadas íntegramente, aguantando la respiración y encogiendo el corazón ante el silencio sepulcral que enmudecía la sala por segundos. Un ritmo que se tornaba festivo en ‘Congratulations’ para volver a bajar las pulsaciones con ‘Seven Devils’ y ‘O Behold’, dos de las mejores baladas que se escribirán en su discografía y con las que nos abrazaba el alma una vez más al tiempo que se desataban los primeros coros. Imposible refrenar el instinto de cantar en comunión esos«horns from my head, wings from my shoulders».
Cambiando nuevamente el compás, ‘No Halo’ se perfilaba más eléctrica en vivo y encadenaba la celebradísima ‘Cry Baby’ con la que Lou Reed parecía reencarnarse en Morby para hacerle heredero universal de su legado. La imparable cadencia de ‘Aboard My Train’ ponía a bailar toda la pista justo antes de que su pareja sentimental Katie Crutchfield, conocida artísticamente como Waxahatchee, subiese a las tablas. Formando dueto, versionaban primero a Magnolia Electric Co. en la genial ‘The Dark Don’t Hide It’ para revisitar posteriormente la maravillosa nostalgia recogida en esa joya titulada ‘Downstown’s Ligths’. Canción que acostumbra a tocar poco en directo y que se sintió como un auténtico regalo. Aunque para verdadero regocijo del respetable no tardaba en sacar de la chistera ‘Beautiful Strangers’, uno de esos temas elevados a la categoría de himno en el que el público tomaba partido sustituyendo las baterías por palmas, convirtiendo aquello en un auténtico ritual.
Encarando ya el tramo final del recital, Morby echaba la vista atrás y repasaba las tres grandes cumbres de su álbum «Singing Saw». La primera de ellas la melancólica ‘Destroyer’, que daba paso a armonías más vitales de la mano de ‘I Have Been to the Mountain’ y la imprescindible ‘Dorothy’. Otro hit que en esta ocasión era desprovisto de una instrumentación a la que el propio Morby daba entrada de manera imaginaria; «guitar solo!» , como si de una grabación casera se tratase. Y de ahí a los tristes bises que anunciaban el final. Un clímax que no cedía en épica tirando de manual con la coreada ‘Parade’ y la monumental ‘Harlem River’, alargada hasta rozar la frontera de las jam sessions. Una guinda final con la que se despedía de la capital entre los vítores más merecidos y honestos, dejando la sensación a todos los presentes de haber vivido un concierto único. Una de esas experiencias colectivas y a la vez íntimas que quedan en la memoria para toda la vida. Sencillamente, gracias.
Eso de que la sala estaba a reventar…
El resto lo suscribo todo, Kevin es un artista que se come el escenario, llegué con dudas por el modo «solo» con el que presentaba el disco, y aunque eché de menos los coros gospel, no lo hice con la batería. Monumental concierto. Si tuviera que repetir, lo elegiría una vez más en modo «solo».
Parade, Beautiful Strangers y Harlem River me hicieron tocar el cielo. Y el trompetista me llenó de gozo.
Gracias por la crónica.
Buenas José Luis. ¡Gracias a ti por tu comentario!
La sala estaba al borde de agotar entradas 30 minutos antes (seguramente lo consiguieran), pero es verdad que se estaba muy a gusto. Coincido contigo en lo que comentas del formato «solo», palabra por palabra. Iba algo contrariado y terminó por gustarme incluso más que con banda.
Lo dicho, gracias por leernos y compartir tu experiencia.