Blur son una de las primeras bandas que entraron en mi vida. O al menos una de las primeras de las que tengo recuerdo. No sé de qué manera su disco “The Great Escape” acabó en manos de mi hermana, que lo desechó tras una par de escuchas y que yo heredé para, inmediatamente, ponerme a desgranarlo compulsivamente. A mí, acostumbrado a escuchar por entonces poco más que a Nino Bravo y a Jose Luis Perales en los viajes en coche al pueblo, aquello me voló la cabeza. Sin demasiada información sobre el grupo, unos años después me encontré en unos grandes almacenes su siguiente disco, un homónimo que cumple estos días 25 años y que me llamó irremediablemente la atención con esa portada sobre la que prevalecía la característica tipografía del grupo. No sé cómo conseguí convencer a mi padre para que me lo comprara, pero sí recuerdo los nervios en el coche de vuelta a casa. También la decepción que sufrí cuando, al abrirlo, vi que el libreto interior contenía poco más que una fotografía del grupo. En aquellos tiempos sin internet, cualquier información que pudieras obtener sobre tu grupo favorito era bien recibida y Blur pasaron del interesante y extenso libreto de su anterior disco a la austeridad absoluta de éste. Por aquel entonces no entendía que aquello era un paso totalmente deliberado y con una intención muy clara: tras llevar la nueva oleada de brit pop a lo más alto y acabar perdiendo la batalla de la popularidad contra Oasis, Blur hacían borrón y cuenta nueva en su nuevo trabajo discográfico. Podemos llamarlo disco de madurez o podemos decir, simplemente, que había que canalizar de alguna manera las nuevas inquietudes sonoras de unos músicos que, con menos de treinta años, ya estaban de vuelta de todo. Sea como sea, “Blur” fue el último gran disco de una banda que arrastraba ya multitud de fricciones internas.
Sinceramente, no recuerdo que sentí cuando puse el CD por primera vez en el reproductor y le di al play. Hoy en día lo tengo tan interiorizado que las sensaciones se entremezclan. Lo que sí tengo claro ahora mismo es que ‘Beetlebum’, el tema que lo abre, es mi favorito en toda la carrera del grupo y podría dedicar todo este artículo a hablar de él. Ese riff rugoso del principio, casi crepitante, la voz de Damon Albarn cantando desde las profundidades, la entrada de la línea de bajo y, acto seguido, de la batería junto a las acústicas, los coros en falsete o la manera de encarar el estribillo, con la primera frase a capela, me siguen erizando cada vello del cuerpo. Una canción que sirvió como único adelanto del disco y que, imagino, descolocaría a muchos seguidores clásicos de un grupo que reivindicaba hasta entonces el hedonismo y la diversión a través de sus canciones. Aquí, Albarn nos guía por un agónico viaje de adicción a la heroína mediante metáforas, tanto líricas como sonoras, refrendadas además por un oscuro y claustrofóbico videoclip.
Pero sigamos adelante con el disco. Como os contaba, “Blur” le sirve a la banda para alejarse del clásico sonido brit pop tan celebrado en la época. Ya se habían pasado el juego en ese modo y tocaba buscar nuevos retos. Para ello, se fijaron en el otro lado del charco, donde el grunge había arrasado con todo años antes mientras que, en un terreno más underground, bandas de indie noventero como Built to Spill o Pavement habían forjado también una personalidad general. Precisamente a los segundos llega a mencionarlos directamente como influencia el guitarrista de la banda, Graham Coxon, y no es difícil encontrarlos entre los surcos de temas como ‘Country Sad Ballad Man’ de manera directa, o en la constante distorsión guitarrera que atraviesa el disco de forma más indirecta. Temas como ‘M.O.R.’, en la que fusilan el ‘Boys Keep Swinging’ de Bowie de manera indisimulada, o una ‘On Your Own’ en la que sólo resuena el brit pop en su estribillo están recubiertas por un manto de distorsión. También temas como ‘Death of a Party’, con una amarga letra sobre el sida, o ‘I’m Just a Killer For Your Love’, que rozan ambientes casi industriales y que mantienen el sonido del disco en altos niveles de aridez e incomodidad, muy lejanos a los de los joviales singles a los que nos tenían acostumbrados. Por todo ello es tan irónico que sea ‘Look Inside the America’ precisamente, el tema que más remite a su anterior sonido británico. La canción podría pertenecer a “The Great Escape”, arreglos de cuerda incluidos, y en ella hablan abiertamente de su relación con unos EEUU que hasta ahora prácticamente les habían dado la espalda.
Y aunque estamos llegando al final no, no nos vamos a olvidar de ‘Song 2’. Fue el segundo single del disco, es la canción número dos en el tracklist, dura exactamente dos minutos y siempre será recordada como el auténtico hit del álbum y casi también del grupo. Un tema irresistible, con unos coros que todo el mundo conoce y con un sonido apabullante, directo y agresivo. Objetivamente hablando, casi el single perfecto y otro de esos momentos en los que consiguieron conjugar su habitual facilidad para crear melodías pop con la contundencia sonora adquirida de sus influencias del otro lado del Atlántico. Una rabia sonora que mostraron también en ‘Chinese Bombs’, otro tema que no sobrepasa los dos minutos y que es un latigazo punk rock que me recuerda a aquellos momentos en los que los Beastie Boys agarraban las guitarras.
Tras un disco así, que, por cierto, se grabó entre Londres e Islandia, dónde Albarn tenía una casa en la que precisamente ha registrado también su reciente nuevo disco en solitario, ya no hubo marcha atrás. El afán de experimentación de Blur siguió creciendo de cara a sus siguientes álbumes y también unas disputas internas que pusieron fin al grupo. Tras “Blur” dejaron de trabajar con Stephen Street, productor de bandas como Pretenders o The Smiths y con quién grabaron todos sus discos anteriores, y solo llegaron a publicar dos trabajos más, “13” y “Think Tank”, este último también sin Coxom en sus filas. No fue este el fin definitivo del grupo. Tras cuatro años de silencio la banda volvió a los escenarios con su formación original, dejándonos para el recuerdo actuaciones tan míticas como la de Hyde Park, un documental tan emotivo como “No Distance Left To Run” e incluso un nuevo disco de estudio, el más que decente “The Magic Whip”, publicado en 2015 y con Street de nuevo a los mandos de la grabación. Actualmente la banda vuelve a estar inactiva pero lo que está clara es una cosa: hay más posibilidades de volver a ver a Blur en directo que a Oasis. Con eso nos quedamos.