15 de años del debut de Arctic Monkeys, la última gran banda del rock británico


Se acaban de cumplir quince años del primer álbum de Arctic Monkeys, un “Whatever People Say I Am, That’s What I’m Not” que arrasaba en las listas de ventas a comienzos de 2006 convirtiéndose en el disco debut de una banda británica más vendido en su primera semana. Despachando más de 360.000 copias pasaba por encima de históricos como The Smiths o The Stone Roses y de intocables más recientes como Oasis y Blur. Precisamente fue la “batalla” entre estos, a mediados de los 90, la última gran cosecha de aquello que se vino a llamar britpop y que había entrado en un periodo de stand by, tanto en calidad como en popularidad, que se mantuvo hasta principios del nuevo siglo. Fue entonces cuando grupos como Franz Ferdinand, Bloc Party, Editors o Kasabian vinieron a revitalizar esa tradición de pop rock desenfadado, con muchos elementos del post punk más bailable y, en ocasiones, cierto tono oscuro y sombrío. Aunque por pocos meses llegaron a cierto rebufo de ellos, Arctic Monkeys entraron en escena para dinamitarlo definitivamente y convertirse en la última gran banda del rock británico, una capaz de seguir activa a día de hoy, con más popularidad que nunca, sacando discos todavía trascendentes y siendo reclamo como cabeza de cartel de grandes festivales.
En aquel lejano 2006 yo contaba 19 años, exactamente la misma edad que Alex Turner, cantante de la formación. Recuerdo aquel momento como un mundo en el que ya teníamos acceso a internet en casa y que redes sociales tan primitivas como Myspace servían para descubrir algunos grupos de música mientras que otras como Fotolog nos hacían un flaco favor haciéndonos pensar que teníamos algo que mostrar a través de nuestras fotos más cutres (porque todos sabemos que Instagram no es eso, ¿verdad?). Precisamente fue en el propio Myspace dónde las canciones de Arctic Monkeys empezaron a correr como la pólvora movidas por los jóvenes británicos que habían descubierto al grupo en alguno de los muchos conciertos que la banda de Sheffield dio en 2005. Ni siquiera el disco estaba todavía en las calles cuando, tras su fichaje por Domino Records, se lanzaron dos singles de adelanto, ‘I Beet You Look Good on the Dancefloor’ y ‘When the Sun Goes Down’, que se convirtieron en números uno sembrando el terreno para el tsunami posterior. ¿Don’t believe the hype?
Por aquel entonces mi dealer musical en lo referente a todo lo que sonara moderno y actual era un compañero de clase cuya novia trabajaba en una revista para adolescentes. No sabemos muy bien por qué, ya que poco o nada de música había en ella, pero semanalmente le llegaban a la redacción discos que acabábamos escuchando por pinceladas en los breves trayectos en coche que hacíamos. Así llegaron a mis oídos muchas cosas de dudosa calidad entre los que se colaba algún pelotazo, como este “Whatever People Say I Am, That’s What I’m Not”. No me hizo falta mucho más que escuchar el golpe inicial que te asesta ‘The View From the Afternoon’ para saber que eso era lo mío. Su producción seca, el ritmo acelerado, el duelo de guitarras, ese fraseado imparable de Turner e incluso un estribillo imposible de cantar para alguien como yo, que está lejos de ser una persona angloparlante, me volaron la cabeza. No tardé en hacerme con una copia del disco y tanto era mi entusiasmo que hasta mi amigo terminó regalándome un poster con la portada, que también había llegado a la redacción de aquella revista de cuyo nombre no quiero acordarme, y que terminó colgado en la pared de mi habitación durante años.
Batallitas personales aparte, el debut de Arctic Monkeys no puede ser más redondo. Los de Alex Turner absorbieron toda la tradición musical británica, desde los Kinks y The Jams hasta grupos más recientes, como los ya mencionados Blur o casi compañeros de generación como The Libertines o, incluso, The Streets. Todos esos sonidos los hicieron propios y los bañaron de unas letras fruto de su tiempo pero bastante maduras para un chaval imberbe de 19 años, que nos habla desde la más cercana cotidianeidad de una juventud de clase media, trabajadora pero sin grandes carencias. En parte seguramente fuera esto lo que le hiciera conectar con tantísimos jóvenes en su misma situación, todavía ajenos a las grandes preocupaciones de la verdadera vida adulta. Urgentes y rabiosos, prácticamente no echan el freno hasta la mitad del disco, cuando con ‘Riot Van’ muestran una sensibilidad que explotarán a lo grande años después. Antes nos habían hecho bailar con el poderoso bajo post punk de ‘Fake Tales of San Francisco’ o ‘Dancing Shoes’ mientras que en temas como ‘Perhaps Vampires Is a Bit Strong But…’ hacen crujir las guitarras mientras dan una bofetada a aquellos falsos amigos que quisieron subirse al carro del éxito. Pero si hay un tema que les define a la perfección ese es ‘When the Sun Goes Down’, seguramente uno de los singles más rotundos que se han escrito en la historia. Desde su arranque melódico a voz y guitarra limpia hasta ese estribillo en el que es imposible no gritar todo funciona en él.
Pero probablemente no estaría hablando de este disco si pensara que tras él Arctic Monkeys no hubieran tenido una carrera interesante, como les pasó a muchos otros compañeros de generación. Realmente ni siquiera considero que este sea su mejor disco pero su valor como icónico debut y voz de un momento y una generación valen su peso en oro. Tras él, llegó el continuista “Favourite Worst Nightmare”, ya bajo la batuta del productor James Ford, quién sigue siendo parte importante del sonido del grupo a día de hoy. Después sería el turno de “Humbug”, lo que viene siendo un disco de madurez de manual y el primer giro hacia un sonido más sobrio y oscuro de la mano de Josh Homme, quién les produjo varios temas de éste en los estudios Rancho de la Luna. Una nueva senda que siguieron explorando con “Suck it and See”, un disco todavía más contundente y que les llevó hasta “AM”, la que para mí es su mejor obra hasta la fecha. Con ella conquistaron nuevos terrenos en otro disco redondo que se aleja de todo lo que nos habían mostrado para incorporar a su sonido ambientes funk y soul con una producción grande y expansiva. Fue sorprendente ver cuánto habían crecido musicalmente en tan solo siete años y cuesta pensar que puedan superar un disco como aquel. Tal vez por ello les costó otros cinco publicar “Tranquility Base Hotel + Casino”, su discutido último disco hasta la fecha. Concebido casi como una obra personal de un Alex Turner, que se lleva a su terreno la composición y llega a tocar varios instrumentos en él, no deja de ser un buen disco, pero se aleja quizás demasiado de la esencia del grupo. Quién sabe si en su siguiente movimiento seguirán por estos derroteros o viviremos el siempre recurrido regreso a los orígenes. Lo que parece claro es que, en unos tiempos en los que las guitarras parecen cada vez más lejos del gran público y las ventas de discos están en sus peores niveles, Arctic Monkeys se recordarán como la última gran banda de rock británico para las grandes masas.