«Woodstock 99: Peace, Love and Rage», el comienzo del fin de una era


Lo primero, decirte que si quieres ver el documental “Woodstock 99: Peace, Love and Rage” tendrás que buscarlo en la plataforma HBO como Music Box. Una vez sabes esto y has llegado hasta él, te recomiendo encarecidamente que le des al play y disfrutes. Dirigido por Garret Price, narra lo ocurrido durante los días 23 y 25 de julio en el mítico festival norteamericano, que celebraba su tercera edición tras aquella del 69, que lo convirtió en el evento hippie por excelencia, y la del 94, que nos dejó unas cuantas imágenes también icónicas, como las de los conciertos de Green Day o Nine Inch Nails con el barro provocado por la lluvia como grandes protagonistas. Por desgracia, Woodstock 99 también será recordado siempre, pero por motivos bastante peores.
Para empezar por el principio, el documental comienza poniéndonos en contexto, musical y socialmente hablando. Se acerca un nuevo siglo, en EEUU el presidente George Clinton se ve obligado a dimitir por un escándalo sexual y el sonido y movimiento grunge, así cómo el rock alternativo más comprometido y sensibilizado con los problemas del mundo, han entrado en claro declive. Resumiendo: Kurt Cobain está muerto y REM lejos de su mejor momento. Los grandes cabezas de cartel del festival son ahora grupos como Limp Bizkit, Korn, Metallica, Kid Rock o Red Hot Chili Peppers y su fan medio un joven blanco y heterosexual cabreado con el mundo porque en el fondo sabe que es un perdedor cuando le habían hecho creer que tenía por delante un futuro brillante y lleno de éxito. Con ellos conectan a la perfección estas bandas de metal, rap metal o new metal que habían tomado el control de una MTV que les idolatraba mientras coqueteaba con otro tipo de sonido más accesible. Todo ello, unido a una pésima organización, con unas infraestructuras totalmente precarias (escasez de sombras, duchas, fuentes y agua potable mientras las botellas se vendían en las barras a 4 dólares), unos cuerpos de seguridad para nada profesionales y unos equipos de limpieza totalmente desbordados, dieron lugar a una serie de graves incidentes que terminaron con los bomberos y la policía desalojando el recinto. Incontables agresiones sexuales e incluso un fallecimiento tuvieron lugar durante estos tres días mientras que la organización eludía responsabilidades (a día de hoy, visto lo visto en las entrevistas, parecen seguir haciéndolo) y artistas como Fred Durst, Kid Rock o Anthony Kiedis, lejos de intentar calmar los ánimos, arengaban aún más a las masas con declaraciones directas o indirectas desde el escenario.
Interesante también esa reflexión final sobre el cambio de tendencia y el paso de festivales como Woodstock a otros como Coachella, que anunciaba precisamente ese mismo año su primera edición y que sigue celebrándose a día de hoy. Aprovechando lo ocurrido, se mostró como el reverso amable de Woodstock, un festival que hoy definiríamos como “instagrameable”, con su noria, su césped y sus colorines por doquier. Inevitable extrapolar todo aquello a nuestro país y pensar en lo ocurrido en el Festimad de 2005. Su edición más grande, celebrada en Fuenlabrada, le hizo morir de éxito y acabar también con unos cuantos disturbios y los bomberos entrando al recinto para apagar un coche de publicidad que ardía, mientras las barras eran saqueadas. El obligado parón de varias horas debido al viento cuando tenían que actuar los grupos principales de la noche, junto con el acumulado de dos días de festival en un recinto con escasez de agua y sombra y en el que casi podías masticar el polvo provocaron que, también, una marabunta de hombres cabreados arrasaran el recinto. A día de hoy, parece casi imposible que algo así ocurra en festivales como, por ejemplo, Mad Cool, con su noria, su césped artificial y su “show must go on” a pesar de haber vivido también alguna desgracia en sus escasos años de vida. Es por todo ello por lo que “Woodstock 99”, el documental, me resulta tan interesante.