Sonorama Ribera 2018 @ Aranda de Duero (Burgos)


En un panorama musical en el que se impone el crecimiento exponencial de los festivales, no resulta sencillo para ninguno de estos eventos desmarcarse del resto y conseguir una personalidad propia que vaya más allá de la programación del cartel y ofrezca un punto añadido que transcienda a lo meramente musical. Hoy en día parece que la tendencia, por suerte o por desgracia, pasa más por la experiencia del festival que por la propia música en sí misma, que para muchos pasa a ser tan solo una excusa para juntarse entre amigos, pasar unos días de vacaciones, llenar las redes sociales con contenido molón y, por qué no, escuchar algo que merezca la pena. Todo festival de éxito que se precie asume esta realidad, y después de 21 ediciones a sus espaldas, el Sonorama Ribera sabe perfectamente cuáles son las esencias que lo convierten en un festival de música diferente a todos los demás, siendo este su gran secreto para poder decir con orgullo que son uno de los eventos musicales más longevos del país. También uno de esos que crean afición y que más fidelidad registra entre sus seguidores. Algo así como un eslogan de vino cutre que rezase así: «Si pruebas Sonorama Ribera, repetirás». Solo que aquí, en Aranda de Duero, el vino está muy lejos de ser cutre, y sino que se lo digan a todos los que se pegaron una buena ruta gastronómica disfrutando del mañaneo por el pueblo. Nos hubiera gustado atestiguar mejor esta afirmación, a través de las atractivas catas de vino que se planteaban dentro del marco del festival, pero en este sentido la organización de estas actividades dejó mucho que desear y terminó por resultar algo entre caótico y exclusivo para algunos pocos privilegiados marcados a dedo. Sea como sea, nada nos impidió probar los productos vinícolas de la tierra y disfrutar de un buen puñado de conciertos.
En nuestra particular hoja de ruta, todo comenzaba con los últimos coletazos de percusión de la banda que traía consigo Diego El Cigala, quien pese a que intentó hacer todo lo posible para retrasar su actuación, y que llegásemos a disfrutar de ella, no fue suficiente y nos quedamos con la miel en los labios. Incluso desde la lejanía del recinto principal pudimos oír ese mejunje de ritmos latinos con una sonoridad apabullante. Algo menos fino de sonido empezaría el directo de Enrique Bunbury, bastante falto de potencia en sus primeras canciones pero que no obstante fue mejorando con el paso de los minutos para firmar otro concierto de bandera. Y es que con el maño no hay fallo posible. Tras repasar su último disco con temas como ‘La Actitud Correcta’ o ‘En Bandeja de Plata’, el bueno de Bunbury se adentró en lo más selecto de su repertorio, tanto en solitario como al frente de Héroes del Silencio, para dejarnos algunas joyas entre las que brillaron con especial intensidad ‘Maldito Duende’, esa maravilla de amargura punzante llamada ‘Infinito’ o la clásica ‘Lady Blue’, que cerraba una vez más su actuación.
En esta jornada del jueves, también se acercarían por Aranda de Duero Rozalén y los suyos, quienes tradujeron sus versos al lenguaje de signos para llegar a toda una audiencia masiva, que se agolpaba con entusiasmo frente al escenario principal para ver a la artista manchega. Justo después, alternando protagonismo de escenarios, Elefantes despachaban uno de los sonidos más limpios y mejor ajustados de todo el festival. Combinación perfecta para disfrutar de ‘Mis Sueños’, ‘Isabel’ y algunas de las otras canciones que conforman su último disco. Un set en el que no faltaron esas baladas de pop romanticón a más no poder, que marcan el estilo de la banda y que verían su máxima expresión en ‘Azul’, tarareada por todos los presentes y tras la que poníamos rumbo de vuelta al escenario principal para terminar la jornada con la gran fiesta que organizaban sobre las tablas la troupe de La Pegatina. No cabe duda de que las canciones que más conectan con el público siguen siendo las de sus primeros discos, en especial el sobresaliente «Xapomelön», pero no obstante, la actitud de la banda hace que cualquier ritmo que toquen sea automáticamente sinónimo de baile desenfrenado. ‘Lloverá y Yo Veré’, ‘Olivia’, ‘La Voisine’ o esa ‘Algo Está Pasando’, mano a mano con Rozalén, hacen una radiografía perfecta del caleidoscopio de sonidos que despliega el grupo. Una velada que, como no podía ser de otra forma, cerraban entre lluvia de confeti y pogos los acordes festivos de ‘Mari Carmen’, con los que se desataba el clímax.
Por su parte la jornada del viernes arranca temprano con los primeros conciertos programados para las 12 de la mañana en el centro del pueblo. Con un autentico ambientazo presidido por el vino local y el calor apaciguado por las salvas de agua lanzadas desde los balcones de la Plaza del Trigo, se disfrutaba de la magnética actuación de Club del Río, sin duda uno de los mejores descubrimientos de este festival. Desde el Escenario Radio 3, el grupo madrileño ofrecía su mejunje de folk embarrado, rozando por momentos la psicodelia o adentrándose en la fusión flamenca en otros. Especial atención a un nuevo disco del que sonaron inmensas ‘Bahama Mamma’ o ‘Remedios’. En el mismo escenario, y continuando con el buen rollo, subía a las tablas un torbellino llamado Tomasito. Caldeando aún más el cotarro, el gaditano es un espectáculo en directo y su energía no tardó en transmitirse a todos los rincones de la plaza. Ya fuese con las palmas, con sus bailes o con temas como ‘Soy un Limón’ o la vitalista ‘Camino del Hoyo’, Tomasito es puro arte, entendiendo la fusión como pocos, aunando tradición y sonidos modernos hasta el punto de partirse la camisa y quedarse en calzoncillos mientras cantaba su versión flamenca del ‘Back in Black’ de los AC/CD. Guste más o menos su particular propuesta, no se me ocurre mejor definición de lo que es dejarse todo sobre un escenario.
De ahí tocaba viajar hasta al escenario más recóndito de todo el festival, al que fueron regalados artistas de gran talento como Nat Simons, de quien escuchamos sus últimos temas, u otros dos grandes del rock nacional como son Rubén Pozo y Lichis. Designados a un escenario algo desamparado por la organización (la caseta de la bebida incluso estaba cerrada) y con problemas de sonido, resulta imposible no comparar los caminos tan radicalmente opuestos que el destino ha dispuesto para los que fuesen integrantes de uno de los grupos de pop rock en español más laureados del milenio. De cualquier manera, el espíritu de Rubén Pozo sigue intacto y encaja a la perfección con esa filosofía entre masoquista, rockera y despreocupada de ganarse de nuevo el aplauso desde las audiencias más pequeñas. O selectas, según se mire. Y es que el cariño que ponen artista y fans en cada concierto es algo digno de presenciar. En esta ocasión mano a mano con Lichis, con un repertorio plagado de rock que iba alternando entre lo mejor de cada uno, presentando ambos sus dos últimos discos en este formato preparado para la ocasión. Fue imposible no echar de menos algunas de las maravillosas canciones que Rubén escribió en Pereza, pero la dupla funcionó a la perfección y nos regaló temas como ‘Chavalita’, ‘La Chica de la Curva’, ‘Bicha’, ‘Guitarra Española’ o la fantástica ‘Salir a Asutar’ con la que se despedían sin tiempo de más.
Ya de vuelta a los escenarios principales llegaba el momento de uno de esos conciertos marcados en rojo en nuestra agenda. Era el turno de Ángel Stanich, quien empezaba avasallando con un tridente imparable compuesto por ‘Un Día Épico’, ‘Escupe Fuego’ y ‘Mezcalito’. Sumidos en el éxtasis colectivo que se apoderó de toda la pista desde el primer acorde, el concierto de Stanich se convertiría en el momento más fulgurante de este Sonorama Ribera 2018 por méritos propios. Digamos las cosas como son: lo del artista barbudo y su banda es digno de ser cabeza cartel en cualquier recinto, y su público se lo reconoce cantando puño en alto hasta la última frase de sus letras. Sonando potentes y yendo a la yugular con los temas más directos de su repertorio, no tardaron en brindarnos ‘Señor Tosco’, ‘Carbura’, ‘Metralleta Joe’ o esa ‘Mátame Camión’ con la que terminaba cantando entre un público que lo devolvía al escenario en brazos, convertido en el auténtico mesías de esta edición. ¡Sencillamente impresionante!
Embadurnados en sudor y con una sonrisa de oreja a oreja, nos quedábamos en el escenario principal esperando la llegada de Nada Surf, uno de los pocos grupos internacionales que se colaban en una programación centrada esencialmente, y ya por tradición, en la música nacional. Tanto es así en la idiosincrasia del Sonorama, que pese al nombre del grupo newyorkino, el escenario Ribera de Duero quedaba muy despoblado en busca de otras propuestas. No obstante, el buen hacer del castellanizado Daniel Lorca, golpeando a mamporrazos el bajo, y las siempre finas melodías de Matthew Caws, hicieron que poco a poco se fuese llenando de nuevo el escenario. A su paso por Burgos, Nada Surf no terminaron de encontrar su sonido y tal vez seleccionaron mal un setlist al que le hubiese venido bien algún empujón más de power pop. Justo alguno de esos que les convierten en un auténtico grupazo con temas como el archiconocido ‘Inside of Love’ o ‘Cold to See Clear’, donde conectaron de manera automática con el público. Aunque si de conectar de primeras se trata, pocas bandas lo hacen mejor que El Último Vecino. Liderados por el explosivo Gerard Alegre, siempre protagonista con sus pintas y sus bailes sobre el escenario, este grupazo barcelonés es un auténtico seguro en directo. No gozaron tampoco del mejor sonido posible y sus devaneos con el trap no les sientan especialmente bien, pero su actitud y sus melodías ochenteras terminaron por imponerse y convirtieron la pista en un auténtico hervidero. Con temas como ‘Antes de Conocerme’ o ‘Tu Casa Nueva’ nos conquistaban completamente una vez más.
Pero volviendo a esos pequeños destellos de grupos internacionales, esta edición del Sonorama despuntaba con la incorporación de un Liam Gallagher que todo lo que genera a su alrededor es tan contradictorio como lo es su propia figura. Su actuación en Aranda de Duero no podía ser de otra forma, y volvió a dividir a la crítica entre detractores y amantes de su música, una pugna que en nuestro caso se decantó por goleada hacia el lado de Liam. Con su pose chulesca de hooligan de Manchester, pandereta en mano y con su inseparable chubasquero, Liam Gallagher ha tenido la inteligencia de rodearse de una banda tan extraordinaria que no le deja caer en lo mediocre. Más allá de estar siempre cuestionado su talento, la realidad es que sus nuevas canciones se entremezclan a la perfección con el cancionero de Oasis, dando lugar a un repertorio compacto y altamente disfrutable. Con permanentes muestras de agradecimiento a sus fans, la voz intacta y una ristra de himnos bajo el brazo, el menor de los Gallagher firmó tal vez el concierto más multitudinario del festival, regalando temazos propios como ‘For What It’s Worth’ o ‘Wall of Glass’, y convirtiendo la pista en un karaoke colectivo con algunos de los mejores éxitos de Oasis: ‘Rock and Roll Star’, ‘Whatever’ o esa ‘Wonderwall’ que detuvo al poco de empezarla porque no le gustaba cómo estaba sonando. Volvió a retomarla y todo se olvidó. Uno de esos momentos que marcan un festival y que hizo que todos los allí presentes viajásemos de vuelta a la melancolía más juvenil. Gracias por eso Liam.
Al termino de esta actuación, la masa volvía a dispersarse y nuestra ruta nos llevaba hasta otra de esas gratas sorpresas inesperadas que de vez en cuando te brindan los festivales de música. En esta ocasión esa sorpresa se llamaba Milky Chance, y es que aunque sus canciones se hayan colado dentro de todas las emisoras comerciales hasta lograr la extenuación, la calidad de la música y el ímpetu del grupo alemán queda fuera de toda duda en su directo. Con un acertado Philipp Dausch a los platos y Clemens Rehbein ejerciendo de maestro de ceremonias, la maquinaria de Milky Chance permutaba con solvencia entre los matices más folk y esos rompepistas que figuran en su discografía y que en las distancias cortas sonaban especialmente viscerales. Convertido en una gran fiesta, el escenario Aranda de Duero se volcaba con un Clemens que se rebozaba por los suelos sin ninguna impostura y que terminó por convertir su actuación en una de las más destacadas de la jornada del viernes.
Un día que terminarían por cerrar dos bandas nacionales en un gran estado de forma como lo son La M.O.D.A., quienes ya habían tocado a medio día en un concierto sorpresa, y unos Viva Suecia que explotan hasta su máxima expresión todos los trucos del rock de estadios. Está claro que su repercusión aún está lejos de la pose que gastan, pero sin duda saben bien a lo que juegan y su enorme crecimiento pronto les llevará a las cabeceras de los grandes festivales. Tienen oficio, buenas canciones, energía y un público cada vez más militante que les respalda y vibra con su música, y eso quedó de sobra demostrado en su actuación. Un concierto con el que despedíamos nuestro paso por un Sonorama Ribera 2018 que deja tras de sí, un año más, grandes conciertos y la sensación de que por encima de todo se ha vuelto a vivir una experiencia diferente, que es precisamente lo que lo convierte en un festival difícilmente imitable.