[Actualidad] José Ignacio Lapido – «El Alma Dormida»


«Recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte, contemplando cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte«. Así rezan los primeros versos de «Coplas a la Muerte de su Padre», un poema que más de uno nos aprendimos de pequeños y al que al final la vida, con su «siniestra mueca de la suerte», cuando menos te lo esperas, acaba dándole sentido y haciéndote entender estas certeras líneas de Jorge Manrique. A Lapido le ha servido de inspiración para englobar y poner título a su octavo disco en solitario, el primero después de «la maniobra de resurrección» que le ha llevado a girar con 091 durante el pasado año por todo el país en un emotivo acto de justicia poética.
En realidad este álbum llevaba ya escrito, al menos casi en su mayoría, desde antes de la mítica reunión, que una vez encarnada relegó este buen puñado de canciones a una especie de limbo artístico para rescatarlas e inmortalizarlas ahora. Es éste un disco de duelo, y ya desde la portada parece avisarlo, con un Lapido enlutado caminando por un desierto en el que vemos todo el camino que deja atrás. La fotografía de Salvador Serrano captura al protagonista trabajando, tal como ha declarado él mismo en una reciente entrevista, y para los que no lo entiendan aclaramos que pensar y concebir estas hermosas canciones es un trabajo, uno a menudo muy complicado y la mayoría de veces muy poco grato en lo que a salarios se refiere.
Para mí, la llegada de un nuevo álbum de Lapido es todo un acontecimiento. Creo que debo llevar más de un cuarto de siglo pegado a su música, que ya está de alguna forma en mi ADN. Es ejemplo, es influencia y es sobre todo uno de los escasos artistas en este país que después de tanto tiempo me sigue resultando incorrupto. Mucho que ver tiene su actitud, siempre al margen de tendencias y movimientos, amén de unos textos que brillan por sí mismos y que con música se convierten en el más puro y polvoriento rock and roll.
“El Alma Dormida» tiene más sombras que luces, empañado quizás por el recuerdo de su madre, quien falleciera hace más de un año. Tiene también una banda que si antes la creímos inmejorable es porque no contábamos con la magia y el romanticismo que le podía dar esta nueva, aunque de sobra conocida, incorporación. Jacinto Ríos, el bajista más carismático de todas las formaciones de los Cero se une al proyecto y vuelve así al mundo discográfico.
La producción mantiene aquí el clasicismo de anteriores entregas, limpio e intimista en cortes tales como ‘Como si Fuera Verdad’, o más afilado y crudo en el caso de ‘¡Cuidado!’, su advertencia en forma de adelanto. Las bases siguen asentadas en la pureza y, parafraseando al autor, «un rock and roll son tres acordes, como veis, y aunque pase el tiempo nunca serán seis«. Pues eso mismo, que bendita sea la escala de Re. A mi juicio lo más reseñable quizás se encuentre en piezas como ‘No Hay Prisa por Llegar’, un modelo de canción que hacía tiempo que José Ignacio no tocaba y que encajada en la mitad del álbum se convierte en una de las más esperanzadoras del lote. También la banda parece estar cada vez más engrasada y absolutamente a disposición de un repertorio que suponemos admiran desde el momento en que nace y que ayudan, y mucho, a darle forma. Los teclados de Bernal están ya perfectamente integrados en las composiciones y las guitarras de Víctor Sánchez cada vez dicen más haciendo menos. Se persigue el arreglo, el detalle, el acompañamiento más bello y sencillo para cada lamento que se hace canción.
Por otra parte, da la impresión de que este trabajo está dividido en dos bloques: las más inmediatas, algunas de plena vigencia actual, como ‘La Versión Oficial’, ‘Nuestro Trabajo’, o la ya citada ‘¡Cuidado!’ (y que cada uno lo interprete como le da la gana, nunca hubo nada panfletario ni sermoneo en el cancionero del granadino). La otra cara es mucho más profunda y compleja; las sombras, las dudas metafísicas, el misterio que asoma en los versos de ‘Como si Fuera Verdad’ («Las espinas son para el que cuida el rosal, todos los pétalos rojos se los quedara el viento«) o la narración desde el escepticismo, desencantada pero firme, en ‘Mañana Quien Sabe’. Seguimos encontrando aullidos, corazones y guitarras con una tensión eléctrica rotunda, como en ‘Lo que Llega y Se Nos Va’, más textos para enmarcar como el que acompaña a modo de country ‘Estrellas del Purgatorio’ («vivimos a siete manzanas de Dios y a siete del demonio, dosificando amores y odios en un horno a medio gas. Tú pides agua, yo pido fuego y el cielo nos pide cuentas. Yo sigo en cuaresma, tú estás en adviento, y las moscas alrededor. Buscas un vaso y yo un cenicero, no hay nadie quien nos entienda, te enseñaré a encender una hoguera pero llévate el extintor«). No hablaré de poesía porque estamos hablando de rock and roll, pero la maestría con la que José Ignacio domina las palabras es rotundamente única, y que no se enfaden luego los señores literatos cuando caen premios Nobel a gente como Dylan. A Lapido le podrían caer desde luego unos cuantos por su obra, donde el rock y la alta literatura intentan, y a menudo consiguen, estar muy por encima de la media.
Y si el comienzo del viaje venia marcado con la advertencia de ‘¡Cuidado!’, la mejor forma de salir de aquí viene de la reveladora y concluyente ‘Escalera de Incendios’, punto final para una obra que garantiza larga duración frente al desgaste de la vida misma y de repertorios efervescentes que se olvidan tan pronto como se aprenden. Lapido ha vuelto a hacerlo, ¿acaso alguien lo dudaba? Necesitamos más gente como él, soñadores y no intérpretes de sueño.
Un par de comentarios.
Se dice «punto final» no «punto y final».
Y salvo que esté llamando novatillos a Dylan y Lapido, creo que se refiere a los premios nobel. No noveles.
Un saludo
Toda la razón tiene usted.
Un saludo!
Gran crónica, por cierto. Saludos.