35 años de «The Queen Is Dead», la joya de la corona de The Smiths


De acuerdo, vale que el 35 aniversario es una cifra algo inexacta para hacer un homenaje. Pero cualquier excusa es buena para recuperar una de las grandes joyas de los Smiths. Un grupo especial que fue, y sigue siendo, referencia absoluta del sonido de los 80 gracias a una meteórica trayectoria. Cuatro discos apoteósicos en cuatro años y fin de la historia. Supongo que es lo que pasa a veces con las cosas tan intensas y emocionales, vividas a pleno corazón y sin soltar el pie del acelerador. En ocasiones, tremendamente bellas, terriblemente fugaces. Así fue la obra de los Smiths, un cometa que a día de hoy sigue brillando en el firmamento musical, iluminando el camino a muchas bandas que siguen su estela.
En un 16 de julio de 1986, hace ahora 35 años, The Smiths mostraban al mundo la que tal vez fuese su piedra más preciosa. «The Queen Is Dead», tercer álbum de su discografía, reúne lo mejor de un sonido único, de esas atmósferas inconfundibles que quedarían para siempre asociadas al grupo de Manchester. En estado de gracia, modulando de manera magistral la emociones, la homónima ‘The Queen Is Dead’ abría la lata con algo más de seis minutos en los que todo suena perfectamente engrasado. Un cenit musical que visto con perspectiva embalsama el mejor momento de la formación. Johnny Marr, impresionante desde las guitarras, bordando algunos de los riffs y melodías que terminarían por definir una manera personal de exprimir las seis cuerdas para conseguir ese sonido desbordante de lirismo. Apuntalando también desde los graves, Mike Joyce marcando muchísimo con el bombo de su batería y las líneas de bajo, con mucho ritmo y con todo el sentido, de Andy Rourke. Y qué decir de ese monstruo, en todos los sentidos de la palabra, de Morrissey. Una de las personalidades más complejas de la escena musical de aquellos años sin la cual jamás hubiéramos tenido esas canciones llenas de demonios, pasiones extremas y sentimientos tan hermosos como crepusculares. De esos que, siempre desde lo poético, merodean por nuestro subconsciente más espantoso, allí donde habitan los pecados inconfesables y los traumas más insondables. Y es que cada frase de Morrisey tiene ese aura tan melancólica como torturada, siempre oculta tras el magnetismo de una prosa misteriosa que deja volar la imaginación de cada cual.
En el papel de crooner queer, Morrissey deja en esta colección historias de amor bisexual, prostitución, drogas, soledad y sentimientos enfrentados con la figura materna. Disfrazado de drama queen, vuelve a agitarnos con dos temas donde se sitúa solo frente al mundo. ‘Never Had No One Ever’ y esa ‘I Know It’s Over’ que culmina erizándonos la piel con su letanía final en bucle; «Oh Mother, I can feel the soil falling over my head». La muerte como leitmotiv que vuelve a asomarse en ‘Cemetry Gates’, de melodía amable y letra bastante más jodida. Puro Morrissey, vaya. Lo mismo sucede en el jangle pop de ‘Frankly, Mr. Shankly’.
Pero sin duda será en la cara B de este «The Queen Is Dead» donde los Smiths pasarían a la historia firmando alguno de los himnos más colosales de su carrera. La vuelta del vinilo se abre nada más y nada menos que con ‘Bigmouth Strikes Again’, con Johnny Marr luciéndose como guitar hero absoluto, capaz de emocionar con un fraseo que eleva a lo onírico todo lo que toca. Y como no, Morrissey con su sobrecogedor registro vocal, apelando a la frustración y a la violencia más oscura. Sentimiento que termina de estallarnos en la cara con ‘The Boy With The Thorn In His Side’, exorcismo que bien podría ser la canción que mejor explique el carácter indescifrable de Morrisey. Más armonía jangle pop en ‘Vicar In A Tutu’ y en las atmósferas cristalinas de ‘Some Girls Are Bigger Than Other’, un auténtico tesoro del britpop. Aunque me dejo lo mejor para el final. ‘There Is A Light That Never Goes Out’ es sin duda mi canción favorita de los Smiths. Me parece muy difícil describir con tantísima belleza y poesía la nostalgia de esos momentos efímeros, en los que el mundo podría terminar en ese mismo instante porque no importa nada más que el presente. La luz celestial que ilumina con tono épico e inolvidable todas aquellas situaciones en las que el amor, las dudas y los miedos más tormentosos nos rompieron por dentro y nos hicieron sentirnos seres vulnerables, sensibles y plenamente libres. Poco más que añadir. Me encantaría que volviesen a reunirse alguna vez, pero a veces, las cosas más bonitas deben permanecer así, envueltas en la magia idealizada del recuerdo.
Texto: Luis Arteaga
Ilustración final: El Averigua
(Trayendo el disco hasta nuestros días, El Averigua firma esta viñeta como parte del homenaje).